Todo un Dios al alcance de un beso
Acerca de la resurrección de Cristo, san Pablo escribe una de sus sentencias más sobrecogedoras: Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es también nuestra fe; somos los más desgraciados de toda la humanidad (1Co 15, 14. 19).
Volvamos ahora a san Juan: El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros. Lo mismo que dice san Pablo sobre la resurrección podríamos decir sobre la encarnación: Si el Hijo de Dios no se ha encarnado, nuestra vida es un fracaso; no podemos amar a Dios. ¿Cómo amar a un Dios a quien no vemos ni veremos jamás? Para nosotros, hombres, un Dios sin carne es un Dios imposible de amar. Porque el afecto de nuestro corazón, para expresarse, pasa siempre por la carne: miramos, sonreímos, abrazamos, besamos… ¿Cómo podríamos amar a un espíritu puro?
Pero el Verbo se ha hecho carne. ¡Como yo! La Virgen lo abraza, Juan se recuesta en su costado y María Magdalena lo unge con perfume.
Y yo. Y tú. Besamos la imagen del Niño Dios, nos arrodillamos ante su cuerpo encerrado en el sagrario, nos vestimos cada domingo para la Misa.
¡Qué fácil es amar a un Dios que tiene carne!
(TNC02)