Comiendo a besos el Pan
Nacido en Belén, fue Jesús recostado en un pesebre. Bet-lehem, significa «casa del pan». El pesebre es el lugar donde comen las bestias.
Quiso Dios que fuera así. Porque en bestias, y menos que bestias, nos convirtieron nuestros pecados. Y Dios, al vernos tan humillados, quiso alimentarnos con un pan que devolviera la vida a las almas que el pecado había sumido en la muerte.
Comieron todos y se saciaron. Los panes que Jesús multiplicó saciaron los cuerpos. Pero el propio cuerpo de Jesús, oculto bajo apariencia de pan, saciará nuestras almas.
«Este niño está para comérselo», oigo a una madre decir de su bebé. «Me lo comería a besos». Y pienso, en Navidad, que al comulgar me como a besos al Niño Dios. Está más rico que el mejor pedazo de pan, porque fue cocido durante nueve meses en el horno más sagrado: el vientre purísimo de la Virgen. Ella lo pone en mis manos en cada misa y, mientras, recién llegado, lo alzo ante el pueblo, lo miro pensando: «Te comería ya mismo». Pero debo esperar.
El altar es nuestro Belén, nuestra casa del Pan. Y allí, quienes éramos bestias somos saciados con el Pan de los hijos.
(0801)