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Espiritualidad digital – Página 4 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Las piedras y la Roca

El domingo que viene, con la solemnidad de Cristo Rey, dará comienzo la última semana del Tiempo Ordinario. Y, conforme llegamos al final de otro año litúrgico, la Iglesia nos recuerda precisamente eso: el final. No es sólo el año litúrgico el que termina. Todo termina. La vida termina. El tiempo se acaba. Los cielos y la tierra también terminarán.

Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. Nos aferramos como lapas a las piedras, y las piedras son sólo piedras. Yo le daría al Demonio todas las piedras si con eso se distrajera y pudiese robarle las almas. Al fin y al cabo, no es de las piedras el reino de Dios, sino de los hombres. Prefiero almas sin piedras a piedras sin almas.

Quiero algo que no acabe. Un tiempo ordinario que no termine, que no esté encapsulado en treinta y cuatro semanas.

Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre (Heb 13, 8). Llevaos las piedras, devolved las almas, y nos asentaremos sobre la Roca. Con esa Roca no pueden ni el tiempo ni los demonios. Cristo es el eterno tiempo ordinario. Quien viva en Él no pasará.

(TOC33)

A través del fuego

«Recuérdalo cuando estés en el Valle de la Decisión y el Adversario te diga: “¡Ríndete!” Aguanta, el Señor se mostrará y te llevará de nuevo a través del fuego». Es de una canción góspel llamada «Through the fire». Me ha venido a la cabeza.

En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario». Esa oración de la viuda es la oración de los santos en este mundo. Están rodeados de muerte y de pecado, y las tinieblas cubren como un manto su camino. Ellos gritan: «Hazme justicia, no dejes que mis enemigos me hagan malo, que no me traguen las sombras, que no me duerma en la muerte, que no diga mi enemigo: “Le he podido”, ni se alegre mi adversario de mi fracaso (Sal 12, 4-5). Hazme luz en medio de la noche».

Y, aunque el Adversario les dice: «¡Rendíos, Dios no os escucha!», ellos no desfallecen y siguen gritando, quizá sin saber que su propio grito ya los hace justos.

Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? ¿Cuántos hay que, sumergidos en la noche, inmersos en un mundo poblado por tinieblas, quieran permanecer justos?

(TOI32S)

Pili y Mili

¿Dónde te gustaría que te encontrase el Señor cuando vuelva sobre las nubes? Quizá me digas que orando ante un sagrario. Pero no sabemos cuándo será la hora, y no puedes pasar el día dentro de la iglesia. Tienes una familia, y un trabajo, y unos amigos. Es allí donde debes entregar la vida.

Curiosamente, cuando el Señor habla de su segunda venida, no menciona a quienes están en el templo en ese momento, sino a dos mujeres que están trabajando, haciendo la labor de cada día:

Estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán.

Pili y Mili están haciendo lo mismo en el mismo lugar. ¿Por qué se salva una y se pierde la otra?

Te lo diré. Pili ha comenzado el día ofreciendo a Dios su jornada. Ha orado, se ha encontrado amorosamente con Él. Y, mientras trabaja, prolonga su oración entregando al Señor la tarea diaria y convirtiéndola en ofrenda; por eso no se queja del cansancio. Mili trabaja sólo para ganar dinero, y mientras muele va despotricando de lo duro que es su trabajo.

Al final, no se trata de dónde estarás tú, sino de dónde está tu corazón.

(TOI32V)

Tan cerca está que no lo vemos

A aquellos fariseos les sucedía lo que a mí cuando voy a la compra; pero, en su caso, el problema era bastante más grave. Yo voy al supermercado y me vuelvo loco buscando los cacahuetes. Miro estante por estante, y no los encuentro. Por fin aparece un empleado, y le pregunto: «¿Dónde están los cacahuetes?». Entonces extiende la mano, y los señala justo frente a mí. ¿Cómo es posible que nos los hubiera visto? ¿Tan ciego estoy? No me lo explico.

¿Cuándo va a llegar el reino de Dios? ¡Pero si lo tenéis delante! Está ahí mismo, hablando con vosotros. El reino de Dios está en medio de vosotros. Pero no lo veis. ¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos (Lc 19, 42).

Que no nos suceda como a ellos. Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis. Que no nos pase desapercibido lo que no vemos, lo que está en medio de nosotros. No vayamos a quejarnos como si Dios nos hubiese olvidado, cuando está tan cerca que hasta a la vista escapa. Lo ve la fe.

(TOI32J)

Ante el Sacerdote

sacerdoteA diez leprosos curó Jesús. Y a los diez les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes. Porque la Ley prescribía que quien fuera curado de una enfermedad acudiese al sacerdote para presentar un sacrificio de acción de gracias.

Nueve de ellos actuaron según la Ley, y fueron en busca de aquellos sacerdotes. Sólo uno de ellos, guiado por el Espíritu, fue a presentarse al Sacerdote.

Se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.

El sacrificio que ofrece es su propia vida. Al postrarse ante Jesús, le está diciendo: «Soy tuyo».

«El Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia». Así deberíamos asistir a la Misa. Acudimos al altar llenos de gratitud por cuanto el Señor ha hecho con nosotros. Y en las ofrendas, junto al pan y el vino, ponemos nuestras vidas en manos del sacerdote para que las presente a Dios. Al descender sobre el pan, el Señor nos toma de la mano, nos alimenta y nos dice: Levántate, vete; tu fe te ha salvado. «Podéis ir en paz».

(TOI32X)

Recuerda que no lo mereces

No es plato de buen gusto, pero un sacerdote, cuando hay motivos fundados para hacerlo, tiene el deber de negar la comunión a quien la pide. Es el caso, por ejemplo, de una situación pública y notoria de pecado mortal. En otros casos, os confesaré que los sacerdotes sufrimos terriblemente al administrar la comunión a quienes sabemos que no pueden recibirla dignamente. No se la podemos negar, porque la situación de pecado no es pública y no podemos ponerlos en evidencia, pero sabemos que se está cometiendo un sacrilegio. Y sufrimos.

¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: «Enseguida, ven y ponte a la mesa»? ¿No le diréis más bien: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú»?

La comunión no es un derecho. ¿Cómo vamos a tener derechos sobre el cuerpo de Cristo? La comunión es el alimento de las almas en gracia. Uno no entra en la iglesia y comulga como quien mete la mano en la nevera de su casa. Primero pedimos perdón de los pecados, nos confesamos, hacemos propósito de servir a Dios y después comerás y beberás tú.

(TOI32M)

Todo es nuestro

Vamos a ver… ¿Para qué iba yo a querer que una morera se arrancara de raíz y se plantara en el mar? Salvo que yo fuese un pez y me gustase la mermelada de moras, no encuentro ningún motivo. Pero Jesús puso este ejemplo a los apóstoles cuando ellos le pidieron que les aumentase la fe:

Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.

Está claro que era una hipérbole, una manera de hablar para decir algo mucho más importante que lo que los apóstoles pedían. Porque ellos querían fe para hacer milagros, pero la fe eleva al hombre a alturas mucho mayores.

Por la fe, fruto del Espíritu, vemos a Dios tras la humanidad de Cristo y nos unimos a Él y al Padre. Por la fe nos vemos a nosotros mismos como hijos de Dios. Y, como hijos de Dios, sabemos que la Creación entera nos pertenece. No sólo las moreras ni el mar, sino la Creación entera. Por la fe, miramos al sol cuando amanece y sabemos que es nuestro, que Dios nos lo ha entregado.

En resumen: la fe nos diviniza.

(TOI32L)

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