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Espiritualidad digital – Página 27 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Parábolas en paralelo

parábola del fariseo y el publicano¿Os habéis dado cuenta de la similitud que hay entre la parábola del fariseo y el publicano y la parábola del hijo pródigo? Fijaos bien, y veréis que, en el fondo, se trata de los mismos personajes.

¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador. Como el hijo pródigo a su padre, este publicano le está pidiendo a Dios que no lo mire como juez, que lo mire con la lástima con que un padre mira a su hijo roto. «No mires mi pecado, mira, más bien, cómo me ha dejado y cómo vengo a ti».

¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. Como hizo el hijo mayor con el pequeño, el fariseo mira a su hermano por encima del hombro, lo juzga y lo condena. Y, también como aquel hijo que se jactaba de no haber desobedecido nunca una orden de su padre, así el publicano se jacta de su conducta.

Dios mira con lástima a los dos hijos. Pero sólo uno de ellos sale perdonado. Y la culpa no es de Dios.

(TC03S)

La idolatría

Leemos «idolatría» y pensamos en el becerro de oro, en los baales, o en el politeísmo griego. No recuerdo que nadie se haya acercado a mi confesonario acusándose de ser un idólatra. Quizá yo tampoco lo haya hecho. Pero, rezándolo bien, la idolatría es un pecado muy actual y próximo a nosotros.

Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Seguro que quienes leéis estas líneas, y quien las escribe, amamos a Dios y buscamos su gloria. Pero, en la medida en que buscamos algo más que no sea Dios, idolatramos, porque ya no tenemos un único dios.

Dios y el dinero. Dios y mi prestigio. Dios y mis bienes. Dios y un cuerpo perfecto. Dios y mis planes… Cuando todas esas cosas no las buscamos por Dios, sino por sí mismas, las convertimos en dioses y obligamos a Dios a compartir con ellas el sacrificio de nuestras vidas.

El dinero para Dios. El prestigio para Dios. Los bienes para Dios. El cuerpo para Dios. Los planes para Dios. Cuando san Josemaría Escrivá se vio cubierto de calumnias dijo a Dios: «Señor, si Tú no necesitas mi honra, yo ¿para qué la quiero?». Ésa es la verdadera religión.

(TC03V)

Ese abismo de dolor

Ábrenos, Señor, la puerta santa de tu corazón, para que podamos entrar en ese abismo de dolor y de impotencia que te estranguló hasta el gemido de angustia en Getsemaní. En las lágrimas de ese corazón tuyo están contenidos y abrazados los lamentos de los antiguos profetas.

Algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». Vienes a traer la salvación a los hombres, y los hombres dicen de Ti que tienes un demonio. Y eso te lo dicen los que rezan, los que en nombre de Dios hacen limosnas y ayunan. Pero no obedecen. Personas religiosas que se apoderaron de la religión. Caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara (Jer 7, 24).

Los miras con ojos suplicantes, y habla más tu mirada que tu lengua: «¿Qué más tengo que hacer para redimiros? ¿Qué puedo deciros para que me hagáis caso? Queréis salvaros solos, pero no os queréis dejar salvar. Y, en lugar de obedecerme, me juzgáis».

Oh, Jesús, queremos confortarte. Queremos entregarte lo que más quieres de nosotros: nuestra voluntad, nuestra obediencia, nuestro corazón.

(TC03J)

Sólo está entero cuando está roto

Si está roto, no está entero. Si está entero, no está roto. ¿Verdad? Pues va a ser que no…

Moisés recibió, en el monte Sinaí, las tablas de la Ley. Y cuando bajó, ante el horror del pecado de su pueblo, rompió las tablas, las estrelló contra la Roca.

Jesús, en el monte de las Bienaventuranzas, entregó a su pueblo la nueva Ley. Esa nueva Ley era Él mismo. Y a Él lo rompimos los hombres estrellándolo contra una Cruz en el monte Calvario.

Cristo entero está presente en la sagrada Hostia. Y el sacerdote, antes del momento de la comunión, rompe la sagrada Hostia en el altar delante del pueblo.

No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Pero esa plenitud se alcanza cuando se rompe. Sólo está entera cuando está rota.

Porque la plenitud de la Ley es el Amor. Y eso significa que, para alcanzar la plenitud de Cristo, el cristiano, como su Señor, debe entregar la vida, debe dejarse romper.

Tus planes, tus proyectos, tus horarios, tus sueños humanos alcanzarán la plenitud cuando dejes de protegerlos tanto. Anda, deja que te los rompan.

(TC03X)

Tú déjale a Él, que Él sabe

Era yo joven, volvía de la Universidad, y se me averió el coche en mitad de la carretera. Lo detuve en el arcén, y lo lógico hubiera sido llamar a una grúa. Pero el compañero que viajaba conmigo, bendito sabelotodo, me dijo: «¡Tú déjame a mí, que yo sé!». Abrió el capó, sacó una pieza, se la llevó a los labios y sopló fuerte diciendo que iba a desatascarla. La pieza salió volando hacia la carretera y la avería me salió por un pastón. ¡Qué gracioso, mi compañero!

Así comenzó la historia del pecado. Dios había creado al hombre para que se dejase cuidar y alimentar por Él. Pero el hombre, instigado por la serpiente, ante la vista del fruto prohibido le arrebató su vida a Dios y le dijo: «Tú déjame a mí, que yo sé lo que me conviene comer y lo que no». Maldita hora.

He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Hoy comienza la historia de la Redención. Hoy, por la obediencia del Verbo encarnado y la docilidad de la santísima Virgen, el hombre le dice a Dios: «Te dejo a Ti. Tú sabes. Me pongo en tus manos». Bendita obediencia.

(2503)

El Jordán en que debes bañarte

Es conveniente, en Cuaresma, meditar la Pasión de Cristo. Pero esas páginas de los evangelios pueden contemplarse de dos maneras: desde la butaca y desde la arena. No es lo mismo.

A veces lo parece, porque, desde la butaca, con el cucurucho de las palomitas en una mano y el refresco en la otra, el relato de la Pasión te conmueve y empiezas a derramar lágrimas sobre las palomitas. Encima no puedes sacar el pañuelo para limpiarte porque tienes el refresco en la otra mano. Pero a ti no te pasa nada. Gimoteas: «¡Pobre Jesús!», y das otro sorbo al refresco.

Desde la arena, todo es distinto. Porque son tus manos las que empuñan el látigo, y también las que clavan a la Cruz las manos del Señor. Son tus pecados los que lo matan. Y lloras, pero de verdad. Y no te caben las palomitas en las manos, porque te has dejado crucificar con Él.

Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio. Naamán fue curado bañándose en el Jordán. Tu Jordán es la Pasión de Cristo. Báñate en ella, no te quedes mirando la corriente.

(TC03L)

Si no te das la vuelta…

¿Qué diferencia una amenaza de una advertencia? Quien amenaza está dispuesto a hacerte un daño si no cumples lo que pide. Quien advierte quiere evitarte un daño con su aviso.

Hablando de los galileos asesinados por Pilato y de quienes murieron aplastados por una torre en Siloé, Jesús repite las mismas palabras; Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo.

El Enemigo te querrá hacer entender que Jesús está amenazando con la muerte a quien no se convierta. No le hagas caso. Jesús te está diciendo, con gran dolor, que vas camino de la muerte y que tienes que darte la vuelta para salvarte. Sus palabras son advertencia cariñosa.

Porque convertirte es eso, darte la vuelta. Vives de espaldas a Dios y mirando a las criaturas, vives pendiente de tus problemas y tus planes, tus urgencias y tus muchas ocupaciones. Apenas te acuerdas de Dios, si no es para pedirle que te ayude con «tus cosas».

«Tus cosas» se te van a caer encima si no te conviertes. Mira al cielo. Vive pendiente de la palabra de Dios y haz «tus cosas» con paz. Vive para el plan de Dios, en lugar de pedir que Dios viva para tus planes.

(TCC03)

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