Ese abismo de dolor

Ábrenos, Señor, la puerta santa de tu corazón, para que podamos entrar en ese abismo de dolor y de impotencia que te estranguló hasta el gemido de angustia en Getsemaní. En las lágrimas de ese corazón tuyo están contenidos y abrazados los lamentos de los antiguos profetas.

Algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». Vienes a traer la salvación a los hombres, y los hombres dicen de Ti que tienes un demonio. Y eso te lo dicen los que rezan, los que en nombre de Dios hacen limosnas y ayunan. Pero no obedecen. Personas religiosas que se apoderaron de la religión. Caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara (Jer 7, 24).

Los miras con ojos suplicantes, y habla más tu mirada que tu lengua: «¿Qué más tengo que hacer para redimiros? ¿Qué puedo deciros para que me hagáis caso? Queréis salvaros solos, pero no os queréis dejar salvar. Y, en lugar de obedecerme, me juzgáis».

Oh, Jesús, queremos confortarte. Queremos entregarte lo que más quieres de nosotros: nuestra voluntad, nuestra obediencia, nuestro corazón.

(TC03J)