La última palabra
¡Cómo les gustaría a muchos que la última palabra sobre la salvación del hombre fuera de Dios! Un Dios–profesor–de–instituto que reuniera a sus alumnos y leyese las notas del examen final. Los que aprueban, al cielo. Los que suspenden, a las calderas de Pedro Botero. Les gustaría porque piensan que un Dios tan bueno necesariamente acabaría otorgando el aprobado general. Todos al cielo, y aquí no ha pasado nada.
Quienes piensan así tienen tres problemas: el primero es que semejante concepción es una simpleza indigna de Dios. El segundo es que Dios ya ha dicho su última palabra. La ha pronunciado en la Cruz, donde ha perdonado todos los pecados y ha abierto las puertas del cielo a todo hombre. Y el tercero es que, a pesar de todo, hay hombres que no quieren entrar. Por eso llora Dios:
Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido. ¿No están las puertas del templo abiertas para todos? Y muchos no quieren entrar en misa. ¿No está el sacerdote en el confesonario para todos? Y muchos no quieren confesar.
Desengáñate. La última palabra… es tuya.
(TOI30J)











