El fracaso de la predicación
Era uno de esos días en que el pueblo entero acude a la iglesia. Una ocasión única –me dijo alguien– para que te escuchen los que no vienen a misa. Y estaba claro que escuchaban. A su manera. Porque dije: «Un cristiano no es “el que va a misa”. Un cristiano es el que se ha enamorado de Jesucristo, y por eso va a misa y la disfruta». Al terminar la ceremonia, se me acercó uno de ésos a quienes nunca veo en la iglesia: «¡Qué bien ha hablado, padre! Qué razón tiene, no es necesario ir a misa para ser cristiano». No sabía si partirme de risa o echarme a llorar.
A esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo. Los profetas hablaron y hablaron y hablaron. Y fracasaron. Y los mataron. Fue su sangre, no su palabra, la que, unida a la de Cristo, redimió al pueblo.
Si todavía queda alguien que crea que el mundo se transforma con palabras bonitas o ardientes, peor para él. El mundo lo redime la sangre, la entrega de la vida de quien habla y fracasa y es perseguido. La Cruz.
(TOI28J)