Dios nos libre de la amnesia

Lo he escrito muchas veces: identificar perdón con olvido es un error temerario. Perdonar no es olvidar. Es recordar como gracia lo que sucedió como desgracia. Es blanquear el recuerdo con la blancura de la divina misericordia. Ni Dios olvida mis pecados, ni debo olvidarlos yo. Tanto Dios como yo los recordamos bañados en la sangre y el agua del costado de Cristo.

Fijaos, si no, en la parábola de hoy:

Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Si yo olvidase lo mucho que me ha perdonado el Señor, ¿cómo podría perdonar a quien me ofende? Sin embargo, el recuerdo de la misericordia que Dios tuvo conmigo me mueve a perdonar cualquier ofensa.

Y, como podéis ver, el amo no ha olvidado la deuda que le perdonó al criado. Más bien, la recuerda como aquel momento en que tuvo misericordia de él.

Por eso no me creo que Dios olvide mis pecados. Los recuerda y saborea el Amor con que me amó. Y tampoco yo quisiera olvidar mis culpas. Quiero recordarlas, porque en mis culpas me amó Dios cuando yo era feo.

(TOI19J)