Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Espiritualidad digital – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

La oveja que sufre

ovejasEstán viniendo muchos adultos a la Iglesia para pedir el Bautismo. Por lo que a mí respecta, nunca había tenido tantos catecúmenos mayores. Y ninguno de los que conozco viene movido por la culpa o el arrepentimiento, sino por dos motivos: el asco y la sed. Unos llegan porque sienten hastío de cuanto el mundo les ofrece y encuentran en la fe esa pureza que anhelan. Otros, porque se han encontrado con Dios y se mueren de sed.

Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida?  Solemos dar un tinte moral a la parábola de la oveja perdida. Y hablamos de «oveja descarriada» cuando alguien se aparta del camino para buscar la falsa recompensa del pecado. Pero yo creo que cuando el buen Pastor decidió venir al mundo a por la oveja perdida no la miró como a una oveja «mala» necesitada de conversión –que también– sino como a una oveja que sufre y muere lejos del Pastor. Eso fue lo que conmovió su corazón.

El Señor no vendrá sólo para hacernos «buenos» –que también– sino para llevarnos a Casa.

(TA02M)

“Misterios de Navidad

«Mira a la estrella, invoca a María»

guapísimaEn 1927, Stefan Zweig escribió «Momentos estelares de la Historia de la Humanidad». Allí recogió varios acontecimientos que, según el autor, cambiaron el curso de la Historia: la derrota de Napoleón, la caída del Imperio Romano, la llegada de Lenin a Rusia, etc.

Pero quien tiene fe sabe que los momentos que realmente han cambiado la Historia han sucedido en secreto. Son intervenciones silenciosas de Dios que convirtieron la Historia, a secas, en Historia de salvación. Nadie presenció el diálogo entre Gabriel y María. Nadie vio cómo el Verbo se hacía carne en las entrañas de la Virgen. Nadie vio resucitar a Cristo. Y nadie vio cómo, tras miles de años marcados por la maldición del pecado, una criatura, María, era liberada de esa maldición y concebida inmaculada. Eso cambió la Historia de la Humanidad.

Se vieron los efectos. Se supo que algo nuevo comenzaba, algo que estaba libre de la decrepitud de lo antiguo. La devoción mariana comienza cuando Joaquín y Ana ven resplandores de cielo en los ojos de su hija. Nunca habían visto nada igual.

Es un verdadero momento estelar, porque, según nos dice san Bernardo, ella es la estrella: «Mira a la estrella, invoca a María».

(0812)

“Misterios de Navidad

El que te regaña

profetasEn cierta ocasión, me encontraba explicando la santa Misa a unos niños. Y les pregunté: «¿Qué es la homilía?». Una niña levantó la mano como si tuviera un disparador en la axila, y respondió: «Es cuando nos regañas». Me troncho.

¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Desde luego, las homilías del Bautista hubieran hecho las delicias de mi pequeña amiga. Porque presentarte en el Jordán antes del desayuno para que te llamen víbora y no salir de allí echando pestes requiere cierta dosis de humildad.

Pero, nos guste o no, lo necesitamos. Necesitamos un grito, un impacto fuerte que nos saque de nuestro amodorramiento.

Convertirse es girarse para mirar. Si estás leyendo y suena un ruido fuerte detrás de la ventana, te levantas del sofá y te asomas a la calle. Eso es convertirse. Si el Señor viene desde el cielo, y tú estás mirando a la tierra, necesitas un ruido para darte la vuelta. Ese ruido es Juan Bautista. El que te regaña.

No la emprendas contra el sacerdote que te increpa. Hazle caso, y gírate. Conviértete. Deja todo lo que ocupa tu atención, y reza.

(TAA02)

“Misterios de Navidad

Navidades sin Dios

Son muchos quienes, como tantos años, vivirán una Navidad sin Dios. Compras, comida y familia. Muchas compras, mucha comida, y la dosis irremediable de familia. – ¿Qué tal las navidades? – Tranquilitos, en familia. – ¿Tranquilitos, o en familia? De Dios, de Jesús, de José, de María… ni rastro.

Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Son navidades tristes, por mucho que las adornen. Sin Dios, todo es triste. Y estas personas no tendrán noticia de la venida del Señor, salvo que seamos nosotros quienes los acerquemos al Misterio. ¿Cómo hacerlo?

Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. No hables de «fiestas», habla de Navidad. Y en esos wasaps que ahora sustituyen a los crismas de siempre, procura que aparezca la Sagrada Familia. Pero, sobre todo, trata de acercarles, con tu vida, esa Navidad que muchos no celebran.

Por eso el Adviento debe ser tiempo de recogimiento, de silencio y de preparación interior. No sólo para que tú recibas a Cristo, sino para que, en medio del mundo, seas otro Cristo recién nacido, que se acerca a los heridos, extenuados y abandonados como ovejas sin pastor.

(TA01S)

“Misterios de Navidad

Ciegos que gritan y cristianos que callan

Jesús: a veces pides… ¡unas cosas! Si no fueras Dios, incluso te diría que parece una petición ridícula, imposible de cumplir.

¡Cuidado con que lo sepa alguien!

Pero ¿cómo no va a saberse? Dos ciegos vuelven a casa con vista, ¿y quieres que no se entere nadie? Pero ¡si ni siquiera ellos podían callarse! Al salir, hablaron de él por toda la comarca. Y, aunque no hubieran hablado, ¿qué crees que iba a pensar la gente cuando vieran que aquellos hombres ya no tropezaban con las piedras y eran capaces de coger el tarro de las galletas de la segunda balda del armario de la cocina sin tirarlo todo? ¿Cómo no iba a enterarse todo el mundo?

Eso que le pediste al ciego lo hacemos nosotros. Muchos cristianos sí que tienen cuidado de que nadie sepa que te aman, que van a misa y que rezan. Les da vergüenza, no quieren señalarse, no vaya a ser que los cancelen. Pero, qué paradoja, a nosotros nos has dicho: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio (Mc 16, 15).

Ojalá nuestro apostolado fuera como el de los ciegos. Y la gente, al tratar con nosotros, dijera: «Éste ha visto a Dios».

(TA01V)

“Misterios de Navidad

La Roca perpetua

Hay quienes hacen depender su alegría de que todo vaya bien. Cuando todos los problemas se resuelvan, estaré bien.

Pobrecitos.

Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa, y se derrumbó. Así es la vida. La tormenta permanente. No quisiera amargarte la «fiesta» pero, por si no te has dado cuenta, cuando ese problema se resuelva, aparecerá otro igual o mayor. Y, cuando se haya resuelto, estarás viejo y aparecerán los problemas hospitalarios. Y luego, bueno, ya sabes… Puedes esperar a alegrarte en el cielo, o buscar el modo de vivir feliz aquí y no amargar la vida a los demás con tus quejas.

Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. La diferencia entre las dos casas no es que una sufra las tormentas y la otra no, sino que una está cimentada sobre roca. El cristiano tiene los mismos problemas que todo el mundo, pero su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti (Is 26, 3). El Señor es la Roca perpetua (v. 4) sobre la que está cimentada su vida.

(TA01J)

“Misterios de Navidad

Un velo finísimo

«Beati qui ad coenam agni vocati sunt». Perdón por el latinajo, pero es el texto latino original de la frase que hemos traducido como «dichosos los invitados a la cena del Señor». La traducción literal no es ésa, sino «bienaventurados los llamados al banquete de bodas del cordero».

Porque la Eucaristía es el banquete celeste. Por eso Cristo da a sus sacerdotes el pan de vida, del mismo modo que, al multiplicar los panes, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.

Si la Eucaristía es el cielo, y nosotros, al participar en ella, estamos en la tierra, ¿qué nos separa, en ese momento, de la plena posesión del Paraíso?

Te lo diré: nos separa un velo muy fino, finísimo. Es la apariencia de pan y vino tras la que el Cordero se oculta. Tan cerca estamos, que es como si Cristo nos acariciase a través de esa cortina. Percibimos la caricia y nos hace estremecer, pero no sentimos su tacto.

Y arrancará en este monte el velo (Is 25, 7). Cuando el Señor vuelva, ese velo se rasgará, y Él mismo enjugará las lágrimas de todos los rostros (v. 8).

Marana Tah!

(TA01X)

“Misterios de Navidad

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