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Espiritualidad digital – Página 7 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Nuestro camino hacia la cima

Comenzó llevando cafés a los jefes, y acabó de CEO en la multinacional. Todo un camino de ascenso, peldaño a peldaño, con gran esfuerzo. Después se murió. Como todo el mundo. Porque así es el mundo. Muchos pasan la vida procurando ascender puestos en el escalafón, trepar por muros y escaleras para estar por encima, para ser más importantes, para tener más poder. Y, cuando han llegado a la cúspide –si llegan–, lo disfrutan un rato y mueren después. No condeno la ambición por ser influyente; se puede hacer mucho bien desde arriba de la montaña, si al llegar se planta un crucifijo en la cima para que todos lo vean. Pero, por desgracia, lo único que quieren plantar muchos allí es su retrato.

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre.

Nosotros tenemos otra montaña, otra cima. Y también queremos escalar. Deseamos subir a lo alto de la Cruz para alcanzar la gruta abierta en la llaga del costado y vivir allí. Cuando nos insultan, nos ascienden. Cuando fracasamos, trepamos. Cuando sufrimos, escalamos. Cuando oscurece, somos glorificados. Que se lleven ellos la gloria terrena. Nosotros queremos cielo.

(1409)

Grábate a ti mismo

Si quieres saber cómo está tu corazón, y te atreves a hacer esta prueba, un día de éstos pon el móvil a grabar una nota voz que ocupe desde la mañana hasta la noche. El gran reto es éste: A ver si, al día siguiente, o durante la semana siguiente, soportas escuchar todas tus palabras de una jornada completa (igual me equivoco, y te encanta, espero que no). Conforme escuchas, ve borrando lo siguiente: las palabras ociosas, las frívolas, las críticas, las quejas, las palabras airadas, las vanidosas, las discusiones, las palabras sobre ti mismo… ¿queda algo? Algo quedará, pero ¿te has dado cuenta de qué cantidad de palabras podrías haberte ahorrado? ¿Te has fijado en cómo está tu corazón?

De lo que rebosa el corazón habla la boca.

No digo que debas estar todo el día hablando de Dios, ni que saludes por la calle con «Ave María purísima». Pero qué poco dice de ti el que tus conversaciones estén tan llenas de ti mismo y de tus miserias.

Anda, lleva el corazón con frecuencia ante el sagrario. Deja que allí se llene de Dios. Y, poco a poco, todas tus palabras, hasta tus «buenos días», sonarán a cielo.

(TOI23S)

La vida como aprendizaje

Me sorprenden las personas mayores a quienes veo cambiar para mejor. Son la refutación viviente de esa falsa premisa según la cual «a ciertas edades ya no se cambia». Estoy pensando en personas concretas de mi entorno a quienes he visto transformarse más allá de los setenta. De mayor quiero ser como ellos, porque la vida es aprendizaje, y ese aprendizaje no debe terminar sino con la muerte.

No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

Sabes bien quién es el Maestro. Y sabes que el Maestro está crucificado. Por eso, si no apartamos los ojos del Crucifijo, vamos aprendiendo, durante la vida, a no estar por encima de Él. Cuando eres joven, quieres cambiar el mundo con tu buena imagen, con tus habilidades, con tu energía desbordante, con tu entusiasmo… Y a tus pies está Jesús convertido en un despojo, insultado y ultrajado, fracasado y al borde de la muerte. Tienes mucho que aprender.

El amor a la Cruz lleva años de contemplación y aprendizaje. Te llueven golpes, fracasos, humillaciones… Así vas aprendiendo. Y cuando ya eres como tu maestro, cuando ya estás crucificado, te vas con Él al cielo.

(TOI23V)

Toma siempre la sartén por el mango

Cuando la sartén está en el fuego, mejor tómala por el mango. Salvo que quieras añadir tu dedo a las patatas fritas.

Con las palabras de Cristo sobre el amor a los enemigos sucede lo mismo. Hierven a más temperatura que el aceite. Ten cuidado con ellas, o te quemarás.

Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra.

Si las intentas tomar entre las manos te abrasarán el corazón entre llamas de impotencia. ¡No puedo! ¿Cómo voy a presentar la otra mejilla a quien me ha escupido y abofeteado? Con esfuerzo lograré no devolverle el golpe. Pero ¿cómo voy a seguirlo amando?

Cuando la sartén está en el fuego, mejor tómala por el mango. Aquí lo tienes:

A vosotros los que me escucháis os digo… Es el mismo mango de un antiguo caldero de Amor hirviente: «Escucha, Israel»…

Escucha primero las palabras. Déjalas anidar en tu corazón. Considéralas una y otra vez, hasta que se apoderen dulcemente de tu alma. Y ellas solas obrarán en ti lo que proclaman. Te convertirán en un crucifijo.

(TOI23J)

Historia de dos ciudades

Probablemente, Jesús pronunció varias veces las bienaventuranzas. Y con palabras distintas. Hoy es san Lucas quien nos las transmite.

Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios… ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!

En esta versión del mismo discurso, Jesús marca dos lugares donde puede desarrollarse la vida del hombre. Es como si te mostrase dos ciudades. La primera se llama «Bienaventuranza» y la segunda se llama «Ay». ¿En cuál de las dos quieres vivir?

En Bienaventuranza, la ciudad en cuyo centro se alza la Cruz, se sufre necesidad exterior y dicha interior. Sus habitantes son pobres y humildes, son odiados y perseguidos por el mundo, pero son inmensamente felices, porque han abierto sus corazones al Amor de Dios derramado desde el costado abierto de Cristo. Sus penalidades son temporales, sus gozos eternos.

En Ay, la ciudad del becerro de oro, reinan el dinero y los placeres de este mundo. Sus habitantes construyeron una ciudad próspera, y no les falta nada… salvo la dicha. Padecen un permanente tormento interior, porque están vacíos.

Tú sabrás dónde quieres vivir. Yo prefiero pasar necesidad y gozar de Dios que tenerlo todo y vivir en un infierno.

(TOI23X)

Toqueteos

Reconozco que soy poco (sólo un poco) tactofóbico. O eso, o las costumbres han degenerado y yo realmente soy normal. Pero esa moda de que gente a quien apenas conoces se te abalance para abrazarte, o de que las mujeres que no son tu hermana ni tu madre te besuqueen nada más conocerte me cuesta un poco. Procuro lanzar la mano en cuanto conozco a alguien, pero ni por ésas. «¡Venga, un abrazo!», «¡Un beso!» (que luego son dos). Pero ¿por qué no dirán: «Venga, una cerveza»? Sería mejor. En fin cosas mías.

Toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos. Si Jesús era como yo, lo debió pasar realmente mal. Pero, en todo caso, hay algo muy poderoso en la intuición de aquellas gentes. Porque, verdaderamente, la salvación del hombre reside en acortar distancias con Cristo; en tocarlo, si no con las manos, con el alma en la oración y la comunión.

Lo único que nos separa de aquellos hombres es que ellos buscaban la salud corporal, y nosotros buscamos vida eterna. Esa vida eterna está en un toque: la Cruz tocando tu cuerpo, y la gracia tocando tu alma.

(TOI23M)

Una rama verde en un árbol seco

Los árboles genealógicos van de arriba abajo (como el que nos ofrece hoy san Mateo), o de abajo arriba (como el de san Lucas), pero siempre en vertical. Por eso es curioso el quiebro que san Mateo realiza en la última parte:

José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

De repente, en el descenso a través de ese árbol, se injerta una rama que altera el orden de la semilla del varón y da fruto por sí misma. Esa rama se llama María. Fue injertada en el árbol por el propio Dios, y su fruto, el fruto de su vientre, es Jesús.

Hay más peculiaridades. Mientras el injerto natural es vivificado por el árbol, este injerto divino está llamado a vivificar y purificar un árbol manchado por el pecado.

José, hijo de David, no temas acoger a María. Se lo dice el ángel a José. Pero, a través del ángel, Dios le está diciendo al árbol: No temas acoger esta rama inmaculada, porque su fruto te sanará.

Y nos lo dice también a nosotros. Acoge a María, porque la devoción a la Virgen purifica el corazón y limpia la vida. Ella te traerá a Cristo.

(0809)

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