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Espiritualidad digital – Página 47 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Insufrible

Señor, reconóceme que, a veces, te excedes un poco con los ejemplos que pones. Si tu hermano te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: «Me arrepiento», lo perdonarás. El que alguien te la juegue una vez y te pida perdón tiene un pase. Si repite la jugada en el mismo día, es para sospechar. Pero ¡siete veces! Yo dudo de que hubiera llegado a perdonarle la segunda. Ese hermano te toma por primo. Es insufrible.

Me respondió el Señor: «Haz bien tu examen de conciencia esta noche y dime si no me has ofendido siete veces. Si no lo ves, no es porque esas ofensas no existan, sino porque no te las dejo ver para que no te desalientes. Aunque, si miras bien… No, no es insufrible. Yo he sufrido mucho más. Y no me digas que yo soy Dios y tú no, porque te he dado todo mi Espíritu para que perdones como yo. Además, querido Fernando: debes saber que sufrirse es una forma de amarse. Yo te he amado sufriéndote en la Cruz. ¿No estarás dispuesto tú a sufrir a tus hermanos, a amarlos como yo te amé?»

Me he quedado callado.

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¡Hagan juego!

«Mire, padre, yo mucha fe no tengo. Pero vengo a Misa todos los domingos porque, al fin y al cabo, son cuarenta y cinco minutos. Y confieso por Pascua porque tampoco me cuesta mucho hacerlo. Si todo esto del cristianismo es verdad, el cielo me sale barato. Y, si es mentira, tampoco he perdido tanto»… Me quedé de una pieza.

Pensé en una religiosa de clausura. Si todo esto es verdad, ha gozado del cielo en la tierra y consumará su gozo en la eternidad. Pero, si esto es mentira, lo ha perdido todo. Y lo mismo puedo decir de unos padres de familia numerosa que por Dios se han abierto a la vida… ¡O de mí! Si todo esto es mentira, mi vida es mentira.

Los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

Realmente, ni la Iglesia es un casino, ni esto es un juego. Aunque sólo cuando entregas todo te das cuenta de que «todo esto» es la Verdad que sostiene y llena de Amor y gozo tu vida.

Pero si has decidido no apostar más que cuarenta y cinco minutos… Ojalá tengas suerte.

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Morada de silencio

Celebramos hoy la dedicación de la basílica de Letrán, y es inevitable llevar los ojos a lo profundo del alma, al templo más sagrado que tiene Dios en la tierra. Porque, del mismo modo que la presencia de Cristo en el sagrario consagra el templo de piedra, así la presencia del Espíritu Santo consagra el alma en gracia y la convierte en tabernáculo, en reino de Dios, en cielo.

Pero esa callada presencia del Paráclito en el alma, mientras vivimos en esta carne mortal, nunca es pacífica.

Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Cualquier párroco me entenderá. Ahora estoy en una parroquia nueva, y aún no me atrevo a levantar la voz; todo llegará. Pero, en la parroquia en la que he vivido veintidós años, pasaba buena parte del tiempo mandando callar a quienes se saludaban y hablaban en voz alta en el lugar sagrado (era muy divertido, echo de menos esas cariñosas reprimendas). También en mi alma, muy especialmente, tengo que empuñar el látigo todos los días y aplicar una santa violencia a los ruidos que me apartan de la presencia de Dios. En este mundo no hay paz sin guerra.

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Malos listos y listos buenos

No todos los malos son tontos. Hay malos listos (¿hay buenos tontos?). Aunque los malos listos no son listos del todo. Si fueran un poco más listos, serían buenos. Pero, aun no siendo listos del todo, son más listos que algunos buenos: Los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.

¿En qué consiste la astucia del administrador infiel? En que tiene los pies en el hoy, y los ojos en el mañana. Sabe que lo han despedido, que le quedan cuatro telediarios en el trabajo y, después, a la calle. Podría haber aprovechado ese tiempo para pulirse las riquezas de su amo; pero sabe que esas tropelías se pagan, y que después terminaría en la cárcel. Por eso prefiere emplear esos cuatro días en ganarse amigos para los años siguientes.

Dichoso aquél que vive con los pies en la tierra y los ojos en el cielo. Sabe que su tiempo es breve, que cuando quiera darse cuenta estará al borde de la muerte. Y, antes que malgastar esos días en placeres vanos que acaben con él en el abismo, prefiere invertirlos en alcanzar el cielo. Es bueno, y es listo.

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La gran esperanza de la Iglesia

ovejasEstamos en noviembre, y en noviembre la Iglesia considera las verdades eternas: muerte, juicio, cielo, purgatorio… e infierno. No hay que tener miedo a meditar sobre el infierno. Además, conviene, porque hay mucha confusión acerca de la suerte de quienes se condenan.

¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Fijaos en esa oveja perdida, porque tiene mucho que ver con el drama de la condena. La Iglesia nos enseña que la perdición eterna es una posibilidad real para cada uno. Morir de espaldas a Cristo es condenarse, y cualquiera podemos decir «no». Afirmar que el infierno no existe es una herejía, y decir que está vacío una temeridad. Pero tampoco podemos decir que está lleno. La Iglesia canoniza a muchos, pero no condena a nadie. Como Cristo.

¿Entonces? Entonces la Iglesia no da por perdida a ningún alma. Como el buen pastor, las busca hasta el último momento, ora por cada una sin descanso. Y no deja de esperar que, por esa oración, todos los hombres acojan a Cristo antes de morir, todas las almas se salven.

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Los «graduales»

Somos muy considerados en nuestros días, nos gusta lo gradual. No los espantes al principio, ve poco a poco, dales tiempo a que se mentalicen. Si te acercas a una persona que no ha pisado una iglesia ni invocado a Dios en su vida y le pones delante un crucifijo con esos clavos y esa corona de espinas diciéndole que en esa cruz está su salvación, lo vas a espantar. Háblale primero del amor, cántale canciones bonitas, llévalo a una ceremonia emocionante donde se le salten las lágrimas… Y después, poco a poco, le vas hablando de la Cruz. No te digo que reniegues del Crucificado. Te digo que vayas gradualmente.

Y yo te digo que estás tomando a la gente por boba, que estás desconfiando del Espíritu y, sobre todo, que Cristo fue cualquier cosa menos «gradual»: Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí no puede ser discípulo mío. Y esto lo dijo ante una multitud que apenas lo conocía.

Gradual es el Enemigo, que engatusa poco a poco. Cristo te pone la Cruz delante, y lo tomas o lo dejas. Podrás decir que te pidió mucho, pero jamás podrás decir que te engañó.

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El anfitrión enamorado

La parábola de los invitados al banquete está protagonizada por un hombre que no es como los demás. Si a cualquier mortal, tras preparar un banquete, le fallan los invitados, se come lo que pueda con su familia, congela el resto para comerlo después, y se queja de unos invitados desagradecidos que le han plantado. Pero a nadie se le ocurre salir a las calles y suplicar a los pobres que entren a comer, como si le estuvieran haciendo un favor…

… Salvo a Dios. Cuando los hombres le dieron la espalda, envió a su Hijo para que invitase a los mortales al banquete del cielo. Y cuando los hombres se volvieron contra el Hijo y lo mataron, el propio Cristo, con su sangre, nos pagó la entrada del banquete y con su cuerpo llenó las mesas de alimento espiritual. Desde luego, quien no va al cielo es porque no quiere. ¡Qué gran injusticia, culpar a Dios de la suerte de quienes se condenan!

¿Por qué hizo aquello? ¿Para que no se echase a perder la comida? ¡No! Hizo aquello porque te ama. A ver si te enteras. ¿A qué esperas para confesar y acudir al banquete de tu Padre?

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