Morada de silencio
Celebramos hoy la dedicación de la basílica de Letrán, y es inevitable llevar los ojos a lo profundo del alma, al templo más sagrado que tiene Dios en la tierra. Porque, del mismo modo que la presencia de Cristo en el sagrario consagra el templo de piedra, así la presencia del Espíritu Santo consagra el alma en gracia y la convierte en tabernáculo, en reino de Dios, en cielo.
Pero esa callada presencia del Paráclito en el alma, mientras vivimos en esta carne mortal, nunca es pacífica.
Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Cualquier párroco me entenderá. Ahora estoy en una parroquia nueva, y aún no me atrevo a levantar la voz; todo llegará. Pero, en la parroquia en la que he vivido veintidós años, pasaba buena parte del tiempo mandando callar a quienes se saludaban y hablaban en voz alta en el lugar sagrado (era muy divertido, echo de menos esas cariñosas reprimendas). También en mi alma, muy especialmente, tengo que empuñar el látigo todos los días y aplicar una santa violencia a los ruidos que me apartan de la presencia de Dios. En este mundo no hay paz sin guerra.
(0911)