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Espiritualidad digital – Página 12 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

El pez incauto

Alguien se debió pensar que el Mar de Galilea era la Fontana de Trevi. Seguramente, algún turista. Y le dio por echar al mar, no las monedillas que le habían dado de vuelta en el Mercadona, sino una moneda de plata. Quizá formuló un deseo mientras hacía el dispendio. Total, que el primer pez que pasó vio brillar la moneda y se la zampó.

Ve al mar, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti. De este modo, el pez incauto que se comió la moneda quedó convertido en icono. En icono de aquel otro pez con cuyas entrañas Tobías curó la ceguera de su padre. Y en icono del Pez, que es Cristo.

IXZUS (lo escribo con letras latinas y no griegas) era el acrónimo, entre los primeros cristianos, de «Iesus Xristos Zeus Uios Soteros», es decir, «Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador». Pero IXZUS, en griego, significa «Pez». El pez era icono de Cristo.

Porque Cristo es el Pez que, con sus entrañas derramadas en la Cruz, pagó la cuenta que, por nuestros pecados, debíamos tú yo. Los hijos están exentos.

(TOI19L)

Los que quieren ir al cielo

He leído «El loco de Dios en el fin del mundo», de Javier Cercas. Me encanta como escribe Cercas. Pero me da pena. Está convencido de que el cristianismo trata de la resurrección de la carne y la vida eterna. Y no trata de eso, aunque lo incluye. El cristianismo no es una vía para eludir la angustia de la muerte; quizá por eso algunos dicen que el cristianismo no es una religión. El cristianismo trata de Cristo, es un encuentro gozoso y una unión amorosa con Él. Cristo no es el vendedor de entradas para el cielo. Él es el cielo.

Si la Iglesia suprimiera el precepto dominical, me pregunto cuántos volverían a misa el domingo siguiente. Sólo quienes disfrutaran. Quienes dejaran de venir serían aquéllos que iban a misa para ir al cielo, y ahora les han bajado el precio.

Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. No es la amenaza de un padre a su hijo: «No dejes de estudiar, que puedo entrar en tu habitación en cualquier momento». Significa: «Aprended a disfrutar de mi Amor, porque vendré a daros un abrazo y ¿cómo lo recibiréis si no me amáis?»

(TOC19)

La verdadera castidad

La búsqueda incansable de la verdad llevó a Edith Stein al bautismo, del bautismo al Carmelo, del carmelo al martirio, y del martirio al cielo, donde consumó su unión con Cristo, la Verdad.

El reino de los cielos se parece a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo.

Especialmente en una fiesta como ésta, la lámpara encendida es la castidad de las vírgenes. Por eso dijo el Señor que los limpios de corazón verán a Dios. Porque la lujuria es barro en los ojos, mientras la castidad convierte en cristalina la mirada del corazón.

Los insensatos piensan que la castidad es mutilación que priva del amor al hombre. Pero es la lujuria la que pervierte el amor. La castidad sublima el amor hasta alturas divinas, y sus gozos son deleites de cielo. Porque la castidad verdadera no es mera abstinencia. Es el vuelo del corazón que lo lleva a una relación espiritual de amor con Cristo, un amor que está por encima del egoísmo de la carne. Y ese amor se desborda después en caridad hacia los hermanos. Nadie ama tanto como aman las almas castas. Nadie ama mejor que ellas. Porque aman como Dios.

(0908)

La única forma

Temo el juicio de Dios. ¿Cómo no voy a temerlo, si he pecado tanto? Por eso, cuando leo que el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta, preferiría no estar entre los juzgados. No me fío de «mi conducta».

Ese día, una línea, como la de un estrado, separará al Juez de los juzgados. Y todo mi afán es cruzar esa línea para huir del banquillo y sentarme en el asiento del Juez. ¿Os parece demasiado atrevido? A mí no. Me parece la única forma de escapar del juicio. Me parece la única forma de ser feliz. Me parece la única forma de gozar del Amor. Me parece la única forma de ser santo. Claro que ser santo siempre ha sido un atrevimiento.

San Pablo me dio la idea: Habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces apareceréis también vosotros, juntamente con Él, en gloria (Col 3, 4).

Si, durante esta vida, me refugio en su sagrado Corazón, cuando Él vuelva para juzgar yo volveré junto a Él. No estaré enfrente, sino dentro. No seré juzgado.

(TOI18V)

Canonizaciones temerarias

Jamás cometas el error de canonizar a nadie en vida; es tan temerario como condenar a quien aún puede salvarse. Si canonizas a quien aún tiene que ir al baño todas las mañanas, lo seguirás con una adhesión inquebrantable que no deberías prestar más que a Dios, y, si tropieza, caerás con él. La Iglesia sólo canoniza a los muertos. En el cielo no hay cuartos de baño.

Mira a Simón. Sus labios fueron labios de profeta cuando el Padre puso en ellos sus palabras: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo.

Y, poco después, esos mismos labios fueron altavoz de Satanás cuando, a través de ellos, el Tentador volvió a acosar a Cristo con la misma tentación del desierto: una salvación sin Cruz. ¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte.

En esta vida mortal, la misma persona –Simón, tú, yo– es capaz de lo más sublime y de lo más bajo. Por eso no debes canonizar a nadie antes de tiempo. Y tampoco creas que, porque Dios se sirvió de ti para una obra buena, ya estás confirmado en gracia. Más bien, abrázate fuerte a Cristo y pídele que jamás te separes de Él.

(TOI18J)

En una palabra: Belleza

La escena de la Transfiguración está llena de misterio. No es fácil imaginar a ese Jesús radiante, ni el blanco inmaculado de sus vestidos, ni el resplandor de la nube. Nunca hemos visto nada semejante, y por eso lo que allí sucedió escapa a nuestra pobre imaginación.

¿Qué fue lo que mantuvo absortos a aquellos apóstoles? ¿Qué fue lo que hizo decir a Simón: Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías?

Sólo cabe una respuesta: Belleza. Una belleza que supera todo cuanto el hombre puede ver sobre la tierra. Recuerdo esa oración colecta de la fiesta de Epifanía, donde pedimos «poder contemplar un día, cara a cara, la hermosura infinita de tu gloria».

Uno de los grandes obstáculos con los que topa nuestra civilización para encontrar a Dios es el gusto por la fealdad. Tanto en el cine como en las series de TV como en las fiestas públicas se ha instaurado una horrorosa exaltación de lo feo, lo oscuro, lo grosero. Estamos huyendo del cielo hacia las tinieblas.

Pero también creo que aquellos pocos que aún buscan la belleza no tardarán en encontrar al más hermoso de los hijos de Adán, a Cristo.

(0608)

Llenar el vientre o entregar la vida

Creo haber escrito hace poco sobre esa forma tan distinta que tiene Jesús para tratar a los de lejos y a los de cerca. Vuelvo sobre ello. Sobre todo, porque eres tú quien tiene que decidir cómo quieres posicionarte frente a Él: si quieres seguirlo a distancia o quieres vivir unido a Él con la pasión con que uno abraza al amor de su vida.

Se les acercó Jesús andando sobre el mar. Allí sólo estaban los Doce, los de cerca. A las multitudes acababa de llenarles el vientre multiplicando cinco panes y dos peces. Son las mismas multitudes de quienes hoy nos dice san Mateo que le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.

A los apóstoles, sin embargo, se les aparecía caminando sobre el mar, les mandaba –como a Simón– ir a Él, y los sacaba del agua cuando se hundían. Los estaba adiestrando para morir.

Ya lo ves: a los de lejos les soluciona la vida y a los de cerca les enseña a entregarla. Porque, cuando el alma se adentra en la intimidad con Cristo, ya no desea sino morir con Él.

Aunque muchos siguen prefiriendo llenar el vientre.

(TOI18M)

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