La alegría indestructible

Hay alegrías escurridizas, tan frágiles como una pompa de jabón que se desvanece apenas la tocas. Te encuentras bien, has dormido bien, el sol brilla en el cielo y estás a bien con todo el mundo. Hasta que caen unas gotas de lluvia, te empieza a doler la rodilla y un ser querido se enfada contigo. Se acabó.

Y hay una alegría, la verdadera, que, cuando llega, llega para quedarse. Resiste al tiempo y a las enfermedades, a la soledad, a los ultrajes y a la misma muerte, porque es una alegría de cielo, y en el cielo no fabrican nada que obligue a llevar en la caja la etiqueta de «frágil».

Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción. Gozan, mirando al Niño, la Virgen y Simeón. Ambos se saben bendecidos y amados por Dios. Pero también saben que ese niño traerá dolor a su madre y a quienes lo amen, que será signo de contradicción, que a nadie dejará indiferente y que el corazón de la Virgen será traspasado por la espada.

Ellos sonríen. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rom 8, 31).

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“Misterios de Navidad