Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Tiempo Ordinario (ciclo impar) – Espiritualidad digital

El bolsillito de las monedas

He comprado pantalones nuevos, y me he llevado un chasco. ¿Por qué compraré tan deprisa? Hasta que no llegué a casa y me los puse, no me di cuenta de que no tienen bolsillito para las monedas. Y yo lo uso muchísimo. Ahora ya no podré cumplir con el precepto evangélico:

Dad limosna de lo que hay dentro.

Porque yo daba limosna de lo que había dentro. Dentro del bolsillito de las monedas. Ahora ya no podré.

Está claro que estoy de broma, ¿no? Bueno, lo del bolsillito es verdad. Yo prohibiría a los fabricantes hacer pantalones sin bolsillito, pero ya no puedo devolverlos. La broma es lo de la limosna. Jesús quiere decir otra cosa, no se refiere al bolsillito.

Se refiere al corazón. Nuestro corazón es santuario de Dios. Y dar limosna de lo de dentro consiste en poner el corazón en lo que hagamos. El otro día me dijo un hombre que un peatón, al sonreírle mientras le daba las gracias con la mano por haberse detenido en el paso de cebra, le había alegrado el día. Con esa sonrisa, le había dado limosna de lo de dentro.

Hacer cosas buenas está bien. Ser cariñoso está mejor.

(TOI28M)

Lo que parece verdad, y la Verdad que no parece

Hace tiempo que lo escribí: Si queréis contemplar un milagro eucarístico, no cojáis un avión; id a misa de siete. Y allí, si tenéis fe, veréis al pan y al vino convertirse en cuerpo y sangre de Cristo. El problema es que aquello no parece un milagro. Así les sucedía a los judíos: querían un signo, algo que «pareciera», un temblor de los astros, un apagón del sol, una caída de las estrellas… Apariencia, pura apariencia.

Jesús les ofrece lo contrario. Verdad sin apariencia. Aquí hay uno que es más que Salomón… Aquí hay uno que es más que Jonás. Pero sus ojos veían a un hombre normal y sus oídos creían estar escuchando una blasfemia. Por eso lo crucificaron y le escupieron, porque parecía el más humilde de los hombres.

Cuando, durante la Misa, el sacerdote te muestre la Hostia, clava en ella tu mirada. ¿Te das cuenta de que parece el más pequeño? Pues ése, el que parece el más pequeño, es el mayor de todos, el centro mismo de la Creación. Recuérdalo cuando comulgues. Llévate la mano al pecho y dite: Aquí hay uno que es más que Salomón… Aquí hay uno que es más que Jonás.

(TOI28L)

Cumplimiento y docilidad

A aquella mujer que ensalzaba (o, más bien, santamente «envidiaba») a la madre de Jesús el Señor le responde: Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Pero ¿qué es cumplir la palabra de Dios? Porque esa palabra del cielo no es como la orden de un general a sus tropas, ni su cumplimiento es una mera ejecución. De ser así, estaríamos perdidos. ¿Quién de nosotros puede cumplir una sola línea del sermón de la montaña?

La respuesta de Jesús a aquella mujer es, realmente, un modo de continuar y llevar más allá la alabanza a la Virgen. Porque, cuando hablamos de la palabra de Dios, cumplirla es, precisamente, lo que ella hace. Tras haber escuchado y acogido en su inmaculado corazón y en sus purísimas entrañas esa palabra, dice: «hágase». Es decir, se pone al servicio de la palabra misma, entrega su voluntad por la obediencia, y por su docilidad permite que esa palabra se cumpla en ella.

He ahí la clave del cumplimiento de la palabra de Dios: la docilidad. No se trata tanto de hacer como de dejarse hacer. Porque, si nosotros somos dóciles, la Palabra obra por sí misma lo que dice.

(TOI27S)

En la guerra, como en la guerra

Si te preguntas por qué no encuentras en tu vida un momento de sosiego, te doy la respuesta: porque estamos en guerra. Y no hay tregua. Habrá victoria, y habrá sosiego en el cielo.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.

Hay un combate entre un hombre fuerte (Satanás) y otro más fuerte que él: Cristo. Y en ese combate, consumado en el Calvario, Cristo le quita al Maligno las armas de que se fiaba: el pecado y la muerte. En la Cruz, Jesús se hace pecado y se hace muerte para perdonarnos los pecados y rasgar la muerte como se rasga un velo, dejando abiertas las puertas de la Vida.

La batalla está vencida para Él. Pero, para nosotros, la guerra no ha terminado. Mientras haya pecado en el mundo, seguimos inmersos en ese combate, aunque con la segura esperanza de que la victoria de Cristo es también nuestra, porque Él lucha a nuestro lado.

Por eso no encontrarás sosiego fuera de Cristo. Recuéstate en Él. Cristo no pierde batallas.

(TOI27V)

Malos que dan cosas buenas

Hace unos días alguien me preguntaba por qué Jesús nos llama, en una parábola, «siervos inútiles», si somos hijos. Me dio para rezar mucho aquella pregunta, pero os ahorro la respuesta porque no tengo espacio. Lo importante es que, en ocasiones, Jesús pronuncia palabras que son una cuchillada a nuestra autoestima. Como hoy.

Si vosotros, pues, que sois malos

¿Malo yo? ¡Si voy a misa todos los días y siempre saco la basura en casa! Sí. Malo tú. Va por ti.

Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos

Eso eres: un malo que da cosas buenas. Como yo. Cuando distribuyo la comunión o imparto la absolución a un penitente, soy un malo que da cosas buenas, un mortal que da vida eterna, un pecador que regala santidad. Una maravilla, vamos. Pero maravilla de Dios, que se sirve de siervos inútiles para llenar de gracia el mundo.

No te preocupes. Lo nuestro tiene remedio. Mira: ¿Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden? Él es el bueno que nos da lo que nos hace buenos: su Espíritu que nos limpia, nos purifica y nos convierte en otros Cristos.

(TOI27J)

Agujeros blancos

Me encontraba solo en la iglesia, rezando sentado ante el sagrario. Y entró un hombre, el director de un coro que iba a ofrecernos un concierto después de la misa. No advertí su presencia hasta que estuvo a diez centímetros de mí. «Padre, cómo impresiona ver rezar a un sacerdote». Os aseguro que no levito, ni se me ponen los ojos en blanco cuando rezo. A los ojos de un pagano, soy un señor sentado mirando una caja de metal. Pero este hombre me dijo lo que me dijo.

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos de dijo: «Señor, enséñanos a orar». Si un sacerdote sentado provoca el comentario que os he transmitido, qué no sería ver orar al Hijo de Dios. Seguro que tampoco Él levitaba, ni se le ponían los ojos en blanco. Pero…

Pero un cristiano recogido es un agujero blanco. Lo mismo que esos agujeros negros del espacio dicen que succionan la materia hacia la nada, un cristiano recogido succiona a quien tiene cerca hacia lo eterno. Y un sacerdote que celebra la Misa con fervor… eso ya es para nota. Casi se parece a lo de Jesús.

(TOI27X)

Tu próximo

Quieres hacer de buen samaritano, te gusta el empleo, y andas buscando por todas partes al hombre herido a quien socorrer. Te has presentado como voluntario en Cáritas para ver cara a cara a esa persona necesitada y volcarte con ella.

Muy bien.

Sin embargo, algo se te ha pasado por alto. Porque, hasta que no viste frente a ti a una mujer malamente vestida y con dificultades económicas, no te sentiste buen samaritano. ¿No será que, hasta ese momento, has estado interpretando a los demás personajes de la parábola? Me refiero al sacerdote y al levita que pasaron de largo ante el hombre herido.

Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Es tu esposa, es tu marido, es tu hijo, es tu compañero de trabajo. ¿No te das cuenta de que están sufriendo? No, padre. Hace años que ni les preguntas cómo están. Y no te dicen nada porque creen que no te importa.

Tu prójimo es tu próximo. El que está cerca. Y lo está pasando mal. Atiéndelo. Luego ve al despacho de Cáritas, que Dios te lo premiará.

(TOI27L)

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