La Resurrección del Señor

Domingos del Tiempo Ordinario (Ciclo A) – Página 3 – Espiritualidad digital

Un chapuzón fuera de hora

Supongo que es causalidad, pero está bien situado este evangelio a mediados de agosto, cuando los calores del verano llevan a media España a buscar el agua de las playas y piscinas para refrescarse. Lo malo del chapuzón de Pedro es que no fue precisamente un baño deseado. Tú hubieras aprovechado para hacerte unos largos en el Mar de Galilea… pero no.

No, porque no son aguas de recreo. Son las aguas de la muerte, que te engullen en medio de la noche. ¿No has tenido nunca la sensación de «no hacer pie», de no encontrar un punto de apoyo, de estarte ahogando y no poder respirar porque has perdido el control y la vida te traga? Se llama angustia, y es el preludio de la muerte.

Señor, sálvame. Es la única oración posible en los momentos de angustia. Enseguida Jesús extendió la mano. Y la mano tendida de Cristo, la única salvación. Cógela, reza, abrázate fuertemente al Crucifijo. Y tu muerte se convertirá en bautismo. Y, en adelante, sabrás que tu punto de apoyo no está bajo los pies, donde las aguas te tragan. Está ante tus ojos. Míralo a Él, aunque sea de noche, y no te hundirás.

(TOA19)

¡Vuelve a casa!

La familia entera salió de casa en busca del niño perdido. Se dispersaron por calles, plazas y jardines, y tanto se alejaron persiguiendo el rastro, que no sabían regresar. ¡Si les hubieran dicho que el niño estaba escondido bajo la cama!

Saliste de casa, y te dispersaste buscando redención. La buscaste en el dinero, la música, el sexo, el trabajo, el ruido, la aceptación de los demás… Tan disperso estabas que olvidaste que tienes alma. ¿Cómo podrás volver a casa, si vives como un perro callejero, mendigando pan en cada puerta?

El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. ¿No sabes que hay un campo dentro de ti? Un campo inmenso, una pradera soleada bañada por un aire fresco y limpísimo. Escondido en ese campo se encuentra Dios.

El mundo ha olvidado la existencia del alma, el perfume del silencio, y el valor del recogimiento. Busca fuera la salvación escondida dentro del hombre. ¿Quién le indicará el camino? ¿Quién le enseñará a recogerse para encontrar a Dios? Bendito quien se lo anuncie, y dichoso quien escuche y vuelva a casa, porque el niño sigue bajo la cama, y el tesoro escondido en el campo.

(TOA17)

La paciencia de Dios

Siempre me ha asombrado ese Dios paciente, que deja crecer la cizaña junto con el trigo. Su campo, a los ojos de los hombres, no es, precisamente, modélico. ¿Quién es el dueño de este trigal? ¿No se da cuenta de que está lleno de cizaña? ¿Por qué no la arranca? ¿Es que ha olvidado su campo? ¿Por qué se matan los hombres? ¿Por qué se explota a niños y mujeres? ¿Por qué reinan la mentira, la violencia y la envidia? ¿De verdad queréis hacernos creer que existe un Dios? Si ese Dios del que habláis existiera, estas cosas no sucederían, Él no lo permitiría. A la vista de la propagación del mal, diremos que Dios no existe.

Dejadlos crecer juntos hasta la siega… Dios existe. Pero no es como vosotros lo imagináis. Dios permite. Dios espera. Dios sufre el mal, clavado en una Cruz, ahogado en cizaña y sembrado en un sepulcro como trigo.

Cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña. Pero, cuando ese momento llegue, Dios querría que no quedase ya cizaña porque, merced a la sangre de su Hijo y a la entrega de los santos, toda ella se hubiera convertido en trigo.

(TOA16)

No es difícil escuchar a Dios

Me explicaron una vez que al buen actor de cine se lo reconoce cuando es otro actor el que habla y él debe escuchar. Prueba a fijarte en el «escuchante» y sabrás si es un buen actor. ¿Se nota, por su rostro, que está escuchando?

No es cuestión de poner cámaras ocultas en el templo, pero por la cara de quien reza deberías saber si está hablando, está escuchando, está chateando, está pensando en las musarañas o está dormido. Reza el que habla a Dios, pero reza también, y mucho, quien escucha a Dios. Y este es el momento en que muchos me preguntan: «¿Y cómo hago para escuchar a Dios?».

Perdonad, pero es una pregunta estúpida. ¡Ahí tienes su palabra! Abre el Evangelio, lee con atención, deja que esa palabra entre en ti, y estarás escuchando a Dios.

Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno. No es necesario que saques conclusiones, no es una ecuación. Sólo deja que esa palabra llene por completo el entendimiento, el corazón y el alma. Saboréala, disfrútala, y ella misma dará sus frutos en ti.

(TOA15)

¿Tú para quién trabajas?

Supón que trabajas subido a un andamio en pleno mes de julio, colocando ladrillos en una pared. Y, por si fuera poco, con un casco encima que hace que el sudor te caiga por toda la cara y convierta tu pelo en una pasta amorfa. El jefe de la obra te vigila, no se te ocurra parar, porque es capaz de descontártelo del sueldo. Y, en un momento dado, ese mismo jefe se compadece de ti y te grita: «¡Baja y tómate un refresco conmigo, descansa un poco!» ¿Verdad que bajarías encantado, y que el refresco te sabría a gloria bendita?

Tienes mil cosas que hacer, ya lo sé. No paras en todo el día. Y ahora, en verano, con los chicos en casa, hay más trabajo todavía. Y entonces tu Jefe, el Señor –porque, no lo olvides, trabajas para Él– te dice: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Te lo traduzco: «Detente, ven conmigo a descansar. Vamos a rezar media hora y yo te refrescaré con el soplo de mi Espíritu»… ¿Y vas tú, y le respondes: «No puedo, tengo mucho que hacer»?

Entonces tendré que preguntarte: ¿Tú para quién trabajas?

(TOA14)

¿A papá o a mamá?

¿A quién quieres más, a mamá o a papá? ¡Qué pregunta tan cruel! No metáis al niño en líos, por favor. Pero si el propio Dios se te presenta, y te pregunta: ¿A quién quieres más, a mamá o a mí?… tienes un problema.

El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí. ¿Tengo, entonces, que tener cuidado de no amar demasiado a mis seres queridos, no vaya a ser que los ame más que a Dios?

Respuesta: NO. Puedes y debes amar sin medida, siempre que tus afectos estén depositados en Dios. Porque, entonces, amas a Dios amando a los tuyos. Tus seres queridos son las manos de Dios pidiéndote amor.

El problema viene cuando fijas tu vista en una criatura, porque, en ese momento, dejas de fijarte en Cristo, y ese amor se convierte en cadena y te aparta de Dios. Si notaras que, cuanto más cerca estás de una persona, más lejos te sientes de Dios, mejor rompe esa atadura y recupera tu libertad para entregarte a Cristo.

(TOA13)

Bajo el abrazo de Dios

Siempre me ha gustado esa frase del salmo 31: Todo me da miedo (Sal 31, 14). Me hace sentir en casa.

Y me hace entender, como una respuesta a esa humanidad nuestra tan temblorosa, las tres veces que el Señor, en el evangelio de hoy dice: No tengáis miedo (a los hombres). No tengáis miedo (a los que matan el cuerpo). (Por eso) No tengáis miedo. Es como la voz de un padre que abraza a su hijo tembloroso y le dice: «Estoy aquí, estoy contigo».

La oración acalla los miedos en lo profundo del alma. Y, aunque la carne siga temblando, en el espíritu se posa la paz. Sabes que el Dios que te creó te ama, te cuida y te protege. Que no permitirá nada que no sea para tu bien. Que, si no te apartas de ese abrazo, puedes estar seguro de que lo que te está sucediendo ahora es lo mejor que podría sucederte.

Por las tres veces en que dice: No tengáis miedo, una sola vez dice: Temed. ¿A quién? Al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. Al pecado. A ese movimiento que te aparta del abrazo de Dios.

(TOA12)

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