Hace no mucho que una persona me confesaba su fe en la reencarnación. Yo me echaba a temblar por dentro. Me es mucho más fácil, y más esperanzador, creer en la resurrección de Cristo y la vida eterna. Porque la reencarnación sería una condena, te mantendría atrapado en el tiempo, como al pobre Bill Murray, sólo que, en lugar de repetirse el día de la marmota, tú te reencarnarías en marmota. Y después en jirafa. Y después en ministro de exteriores. Y todo sin poder escapar de la línea angustiosa del tiempo. ¡Qué horror!
Cuando el Señor te llame, tu historia, tu paso por el tiempo, terminará. Y tu vida, del nacimiento a la muerte, será llevada a la eternidad.
Llamaréis a la puerta diciendo: «Señor, ábrenos»; pero él os dirá: «No sé quiénes sois». Es lo que tiene la vida eterna: ya no puedes cambiar de opinión, porque no tienes tiempo. Del otro lado de la muerte no habrá confesonarios. Procura vivir en gracia, y morirás en gracia, como un amigo de Dios. Porque, si vives de espaldas a Dios, la vida eterna te encontrará mirando hacia otro lado. Y ya sabes lo que hay en el «otro lado».
(TOI30X)











