Los monosílabos se adaptan mejor a la sencillez de Dios que los largos discursos. Por lo general, los largos discursos son largas excusas, mientras los monosílabos son pura claridad.
Llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles. Entre esos doce estaban Simón y Judas. Ese día supieron que habían sido elegidos.
Y entonces viene el monosílabo. Un día te das cuenta de que Cristo te ha elegido. Y tu primer monosílabo va encapsulado en dos signos de interrogación:
¿Yo?
No te lo explicas, no eres ningún superdotado precisamente, eres un pobre hombre pecador y herido. En muchos sentidos, un despojo. Te quedas mirando al Señor tras pronunciar tu monosílabo, y Jesús te responde con otro:
Tú.
Ya no puedes dudarlo. Te lo ha dicho mirándote a los ojos. Así que ahora te la juegas. Puedes optar por el discurso, otros lo hicieron:
Deja que primero me despida de mi familia; déjame antes enterrar a mi padre… Todo eso acaba fatal. Pero sí y no son monosílabos, pura claridad. Elige uno:
Sí.
Pues ya está. ¿Ves qué sencillo? – ¿Yo? – Tú. –Sí.
Prohibido superar el monosílabo, salvo para el diptongo de la Virgen: Fiat.
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