Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

18 octubre, 2025 – Espiritualidad digital

Cuando crees que Dios no te hace caso

Si me dieran un euro cada vez que escucho la frase «Dios no me hace caso», a estas alturas sería millonario. Porque la frasecita la he escuchado millones de veces; en eso soy millonario.

Quienes dicen que Dios no les hace caso deben pensar que Dios tiene mucho que hacer, o que no los quiere, o que está enfadado con ellos, o –peor aún– que no existe. Pero no caen en la cuenta de que Dios tiene sus tiempos, y esos tiempos no son los nuestros. Nosotros tenemos demasiada prisa.

Dios siempre escucha. No hay oración, mejor o peor hecha, que se pierda. Pero Dios no es de los que responden al instante a los whatsapps. Ése soy yo, que temo, si no lo hago, encontrarme con veinte mensajes sin responder. Pero, para Dios, eso no es problema. Tiene toda la eternidad para Él. Dios escucha, guarda, mira, espera… y responderá a su tiempo. Sin fallarnos.

Es necesario orar siempre, sin desfallecer. ¿Por qué nos mantiene pidiendo y pidiendo, mientras Él espera y espera? Porque así aumenta nuestro deseo de lo bueno, así aprendemos paciencia, y así sabemos que no merecemos lo que pedimos. Ya lo ves: tiene sus razones.

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El evangelista de la Virgen

San Lucas era –digámoslo así– el «secretario» de san Pablo. Lo acompañó en sus viajes y, a buen seguro, en su evangelio refleja la predicación del Apóstol de las gentes. También era médico. Pero, sobre todo, san Lucas es el evangelista de la Virgen. Incluso dice una tradición que pintó un retrato suyo.

Gracias a san Lucas conocemos la Anunciación, la Visitación de la Virgen a Isabel, la Presentación de Jesús en el templo, la angustia de María cuando en Jerusalén perdió a su hijo, y la presencia de la madre de Jesús en el Cenáculo con los apóstoles el día de Pentecostés. Sin duda alguna, toda esa preciosa información tuvo que proceder de un trato muy cercano con la Virgen.

¡Cómo no dar gracias, en este día, al querido evangelista! Le debemos cuatro de los cinco misterios gozosos del Rosario. Y muchas, muchas horas de oración maravillosa y fecunda contemplando la vida de la Virgen y la infancia de Jesús.

También vosotros propagad mucho la devoción a la Virgen. Ella es el camino más corto y dulce para acercarse a Cristo. Quien ama a la Virgen permanecerá siempre unido, como ella, a Aquél que dulcemente cautivó su inmaculado corazón.

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