A lo largo del evangelio, Jesús se enfada en algunas ocasiones. Incluso llega a mirar con ira (Cf. Mc 3, 5) ante la dureza de corazón de los fariseos. También empuña el látigo y expulsa a los mercaderes del Templo. Jesús sonreía muchas veces, pero no estaba siempre sonriendo. Eso es de tontos. Los listos saben sonreír y enfadarse. Y si además son santos, se enfadan sin perder los nervios.
Sin embargo, os confieso que nunca he sentido que Jesús se enfadase conmigo. He hecho muchas cosas mal, he cometido muchos pecados. Pero, incluso después de haber pecado, he sentido que Jesús me sonreía; era una sonrisa dolorida, mi pecado le había ofendido, pero había mucha ternura en su mirada. No sé lo que es la ira de Dios.
Con los hombres no sucede igual.
Vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: «Tiene un demonio»; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores».
Hagas lo que hagas, siempre habrá quien te critique o se enfade contigo. Por eso decidí hace tiempo no buscar más sonrisa que la de Cristo.
(TOI24X)