Un velo finísimo

«Beati qui ad coenam agni vocati sunt». Perdón por el latinajo, pero es el texto latino original de la frase que hemos traducido como «dichosos los invitados a la cena del Señor». La traducción literal no es ésa, sino «bienaventurados los llamados al banquete de bodas del cordero».

Porque la Eucaristía es el banquete celeste. Por eso Cristo da a sus sacerdotes el pan de vida, del mismo modo que, al multiplicar los panes, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.

Si la Eucaristía es el cielo, y nosotros, al participar en ella, estamos en la tierra, ¿qué nos separa, en ese momento, de la plena posesión del Paraíso?

Te lo diré: nos separa un velo muy fino, finísimo. Es la apariencia de pan y vino tras la que el Cordero se oculta. Tan cerca estamos, que es como si Cristo nos acariciase a través de esa cortina. Percibimos la caricia y nos hace estremecer, pero no sentimos su tacto.

Y arrancará en este monte el velo (Is 25, 7). Cuando el Señor vuelva, ese velo se rasgará, y Él mismo enjugará las lágrimas de todos los rostros (v. 8).

Marana Tah!

(TA01X)

“Misterios de Navidad