Toqueteos

Reconozco que soy poco (sólo un poco) tactofóbico. O eso, o las costumbres han degenerado y yo realmente soy normal. Pero esa moda de que gente a quien apenas conoces se te abalance para abrazarte, o de que las mujeres que no son tu hermana ni tu madre te besuqueen nada más conocerte me cuesta un poco. Procuro lanzar la mano en cuanto conozco a alguien, pero ni por ésas. «¡Venga, un abrazo!», «¡Un beso!» (que luego son dos). Pero ¿por qué no dirán: «Venga, una cerveza»? Sería mejor. En fin cosas mías.

Toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos. Si Jesús era como yo, lo debió pasar realmente mal. Pero, en todo caso, hay algo muy poderoso en la intuición de aquellas gentes. Porque, verdaderamente, la salvación del hombre reside en acortar distancias con Cristo; en tocarlo, si no con las manos, con el alma en la oración y la comunión.

Lo único que nos separa de aquellos hombres es que ellos buscaban la salud corporal, y nosotros buscamos vida eterna. Esa vida eterna está en un toque: la Cruz tocando tu cuerpo, y la gracia tocando tu alma.

(TOI23M)