Cuando en un pasaje del Evangelio no aparece Jesús, me falta algo. Y, en el evangelio de la misa de hoy, que nos cuenta el martirio del Bautista, Jesús no aparece… hasta el «The End». Él es la última palabra.
Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.
Entonces me quedo allí, como el que se sienta en la última piedra del borde del camino. Y pienso que a Jesús le presentaban los hombres sus dolores, sus enfermedades, sus angustias, sus quejas… Apenas aparece quien se acerque a Él con una buena noticia. A los sacerdotes nos sucede lo mismo: la gente viene a contarnos sus penas y sus pecados. Por eso agradecemos que una joven nos diga que espera un bebé, o que un enfermo nos llame al salir del hospital para compartir con nosotros su alegría.
A Jesús también le dieron unas pocas buenas noticias. Recuerdo a los apóstoles, cuando volvieron de su misión, contándole a Jesús cómo se les sometían los demonios. O a aquel leproso curado, el único entre diez que fue a darle gracias al Maestro.
Contémosle a Jesús nuestras cosas. Pero no sólo las malas. Démosle alegrías al Señor.
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