No es plato de buen gusto, pero un sacerdote, cuando hay motivos fundados para hacerlo, tiene el deber de negar la comunión a quien la pide. Es el caso, por ejemplo, de una situación pública y notoria de pecado mortal. En otros casos, os confesaré que los sacerdotes sufrimos terriblemente al administrar la comunión a quienes sabemos que no pueden recibirla dignamente. No se la podemos negar, porque la situación de pecado no es pública y no podemos ponerlos en evidencia, pero sabemos que se está cometiendo un sacrilegio. Y sufrimos.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: «Enseguida, ven y ponte a la mesa»? ¿No le diréis más bien: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú»?
La comunión no es un derecho. ¿Cómo vamos a tener derechos sobre el cuerpo de Cristo? La comunión es el alimento de las almas en gracia. Uno no entra en la iglesia y comulga como quien mete la mano en la nevera de su casa. Primero pedimos perdón de los pecados, nos confesamos, hacemos propósito de servir a Dios y después comerás y beberás tú.
(TOI32M)











