Quieres hacer de buen samaritano, te gusta el empleo, y andas buscando por todas partes al hombre herido a quien socorrer. Te has presentado como voluntario en Cáritas para ver cara a cara a esa persona necesitada y volcarte con ella.
Muy bien.
Sin embargo, algo se te ha pasado por alto. Porque, hasta que no viste frente a ti a una mujer malamente vestida y con dificultades económicas, no te sentiste buen samaritano. ¿No será que, hasta ese momento, has estado interpretando a los demás personajes de la parábola? Me refiero al sacerdote y al levita que pasaron de largo ante el hombre herido.
Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Es tu esposa, es tu marido, es tu hijo, es tu compañero de trabajo. ¿No te das cuenta de que están sufriendo? No, padre. Hace años que ni les preguntas cómo están. Y no te dicen nada porque creen que no te importa.
Tu prójimo es tu próximo. El que está cerca. Y lo está pasando mal. Atiéndelo. Luego ve al despacho de Cáritas, que Dios te lo premiará.
(TOI27L)