Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Lunes de la 1ª semana del Adviento – Espiritualidad digital

El místico con espada

Hay mucha gente que no sabe lo que hace; unos para mal, otros para bien. Algunos pecan sin saber que están partiéndole el corazón de tristeza a Dios. Otros hablan con sencillez sin saber que hablan palabras de Dios. El centurión del evangelio de hoy es uno de ellos. Al hablar con Jesús, no supo que estaba dando voz al diálogo entre el Señor y la Humanidad herida.

Voy yo a curarlo, le dice Jesús ante la noticia de la enfermedad del criado. Y llena el aire el eco de una conversación mantenida sin palabras en el seno de la Trinidad. Miran el Hijo y el Padre al hombre, sumido en la muerte y el pecado. Y, movido por el Espíritu –el Amor– dice el Hijo: Voy yo a curarlo. Vendrá el Señor a sanar las heridas de los hijos de Adán. Debería llenarme de alegría, pues tan herido estoy.

No soy digno de que entres bajo mi techo, responde el centurión. ¿Cómo un hombre será digno de recibir a Dios, si nadie puede ver a Dios sin morir?

Basta que lo digas de palabra. Y la Palabra se hizo carne.

Ese centurión era un místico. Y no lo sabía.

(TA01L)

La carne se hizo palabra: el antiadviento

Ayer, llena de gozo, gritaba la Iglesia: «¡Viene el Señor!» ¿Habrá alguno, de entre quienes tanto lo necesitamos, que le diga: «No vengas, no es necesario»?

Uno que mucho lo necesitaba se lo dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Es como el «antiadviento». Él, que vio a Dios hecho hombre, pidió que la carne se hiciera palabra. Nosotros esperamos a la Palabra hecha carne.

Y, sin embargo, la fe de este hombre nos ilumina a todos. Perdona el trabalenguas: la Palabra se hizo carne, y de esa carne brotó la palabra. La carne llega a los sentidos, la palabra penetra en lo profundo del alma y lo sana todo.

¿Aún no lo entiendes? ¿De qué me serviría que el Hijo de Dios se haya hecho hombre, si ese hombre, con palabras de Amor, no me llama? Es grande el anuncio: ¡Viene el Señor! Pero lo que me hace estremecer es que viene, me mira, y me llama por mi nombre. ¡Viene por mí!

Basta que lo digas de palabra… No. No es el antiadviento, sino la consumación de la promesa. Cuando vengas, Jesús, ¡háblame!

(TA01L)

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