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Espiritualidad digital – Página 24 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Mira bien a dónde miras

Los ojos son las ventanas abiertas del alma. Por ellos entran y salen ángeles y demonios, luces y ruidos. Por ellos se escapa el corazón o se llena de claridades. Con ellos matamos o amamos. Mira bien a dónde miras, porque no hay mirada que deje indiferente. Todas dejan huella en nosotros y en los demás.

Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Una mirada lujuriosa siempre mancha el corazón. Ni siquiera la gracia del perdón sacramental borra esa mancha, porque el corazón tiene memoria. Y proyecta sombras después en el recuerdo, y el recuerdo se vuelve tentación. La mejor prevención contra la lujuria es guardar bien la vista.

Nuestros ojos fueron creados para contemplar el rostro de Cristo. Por eso, la mirada al crucifijo, o a imágenes de la Virgen, purifica mucho el corazón y lo limpia, poco a poco, de las manchas que dejaron en él miradas sucias.

Ten en tu casa imágenes de la Virgen, y un crucifijo en el dormitorio. Míralos con cariño. A mí me gusta tener un cuadro de la Señora cerca del televisor; nunca sabes cuándo tus ojos necesitarán refugio. Mejor tenerlo cerca.

(TOI10V)

Sacerdotes santos

Son ya más de treinta años de sacerdocio. Y, ahora que no nos oye nadie, te confiaré un secreto. Si, antes de ser ordenado, hubiera conocido los dolores y contrariedades que me esperaban, quizá me hubiera echado atrás. Agradezco que no me lo dijeran. Por otra parte, si me hubieran dicho lo feliz que iba a ser, no me lo hubiese creído. Me doy cuenta ahora de que entonces no sabía nada. Sólo sabía que Dios me llamaba. Y creo que sólo necesitaba saber eso.

Después de todo este tiempo, puedo gritar, lleno de gratitud, que estoy más enamorado que nunca, más apasionado que nunca, más loco que nunca. Sé que todo en esta vida, con el pasar de los años, acaba cansando. Pero el Amor de Cristo, y este ministerio sacerdotal con que he sido bendecido, se vuelven más apasionantes cuanto más los gustas. No concibo mi vida fuera del sacerdocio. Por eso sé, ahora más que nunca, que he sido llamado.

Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Es mi gran descubrimiento: para santificar al pueblo, Dios no quiere que haga muchas cosas. Sólo una: ser santo yo.

(XTOSESC)

La verdadera grandeza

La verdadera grandeza no se identifica con el tamaño. Nuestro mundo se equivoca mucho en eso. Protege al elefante y mata al embrión. Pero nuestro mundo está ciego, es incapaz de captar la verdadera grandeza. Una persona puede ser enorme, inmensa, y pasar perfectamente desapercibida a los ojos de este mundo nuestro tan absurdo y necesitado de sanación. Mientras tanto, los mediocres hacen ruido, acumulan prestigio y son tenidos por grandes.

El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Te diré dónde está la verdadera grandeza. Es la vida de un hombre que no tiene otro deseo que hacer la voluntad de Dios. No le preocupa lo que piensen o digan de él en la tierra, tan sólo quiere agradar a su Padre celestial. Si consigue que Jesús sonría, se tiene por el más feliz de los mortales. Por eso se hace niño, se convierte en el último de los hombres, y procura no desviarse a derecha ni a izquierda del camino trazado por Dios.

(TOI10X)

Dios nos libre de las luces led

Antes, para cambiar una bombilla más te valía servirte de un pañuelo. Ay de ti como tocases la bombilla incandescente. Ahora las luces son más baratas y más frías. Son led. Y puedes tocarlas sin quemarte. Es verdad que ahorramos mucho, pero eso de la luz fría me parece un contrasentido. Además, cambian tan deprisa los modelos de led que nunca encuentras recambio; si se apaga, tienes que cambiar la lámpara entera.

Algunos que se dicen cristianos sustituyeron la luz del Crucifijo por una luz led. Encontraron la forma de practicar la piedad sin quemarse, sin entregar la vida. Rezan, disfrutan de una espiritualidad llena de consuelo y sentimiento, pero ni queman ni se queman. Es muy cómodo; tú te pegas la vida padre y luego vas al templo a rezar como quien va al balneario. Muy chic.

Vosotros sois la luz del mundo. Dios nos libre de ser luces led. No queremos ser luz fría. Queremos quemarnos y quemar. Y tampoco queremos ahorrar ni ser baratos. Queremos entregarnos del todo, derrochar la vida en el anuncio del evangelio. Queremos ser antorchas. Consumirnos e incendiar la tierra con el fuego del Espíritu. Pagaremos con sangre la factura de la luz.

(TOI10M)

Madre no hay más que una

Fue san Pablo VI quien quiso que María fuera invocada como madre de la Iglesia. Ese título no es una analogía ni una metáfora. Porque, analogías y metáforas aparte, madre no hay más que una. Cuando yo era niño, los yernos llamaban «mamá» a la suegra. Hace tiempo que no escucho a ningún yerno tomarse esas confianzas. Pero María no es una suegra simpática. Es madre. Verdadera madre.

Mujer, ahí tienes a tu hijo. Eso se lo dice la partera a la mamá cuando le entrega al niño recién nacido. Y el rostro de la mamá se ilumina, y sus brazos se extienden para abrazar a la criatura salida de sus entrañas.

Mujer, ahí tienes a tu hijo. Lo acabas de engendrar entre fuertes dolores. Porque los dolores del Calvario no eran sino dolores de parto. Todos los sufrimientos del Hijo resonaron en el corazón inmaculado de la madre. Y ella dio a luz a la eternidad al Cristo total, cabeza y cuerpo, que rasgaba su corazón según nacía con el dolor de siete espadas.

Mujer, ahí tienes a tu hijo. Míralo, lo has dado a luz, ya es un cristiano. Lo dice por la Iglesia. Lo dice por mí.

(MMI)

El que habita en mí

Fue san Josemaría Escrivá quien llamó al Espíritu Santo «el gran desconocido». Y la preciosa secuencia que rezamos en estos días lo llama «dulce huésped del alma». Ambos nombres son verdad.

Aunque invoque al Espíritu, no lo conozco como conozco al Hijo. El Hijo está frente a mí, en el sagrario. Miro a la custodia, miro al crucifijo y ahí lo tengo. Le hablo con mis ojos, y Él me habla desde la blancura inmaculada de la Hostia y desde el rostro rendido de la Cruz.

Tampoco lo conozco como conozco al Padre. El Padre está sobre mí, me cubre y me rodea, me protege y me guarda. Soy niño ante Él. Y, sin embargo, no podría llamarle «Abbá» si el Espíritu no gimiera en mi interior.

Es el gran desconocido, como desconocidas para mí son mis entrañas. No las veo, pero son vida en mí. Por eso es huésped del alma. Porque no le hablo, Él habla en mí. No lo escucho, Él escucha a Dios en mí. Pero por Él puedo hablar con Dios y escuchar a Dios.

Me falta una tercera descripción. De San Agustín. Es «más íntimo a mí que yo mismo». Eso lo explica todo.

(PENTC)

Las dos llamadas

El Evangelio termina como empezó: Tú sígueme.

En ese mismo lugar, y ante la misma persona, empezó todo. Allí, junto al Lago, Jesús invitó a Pedro a que lo siguiera como pescador de hombres. Podríamos esperar que, si en la primera página lo invitó a seguirlo, en la última dijera: «Hemos llegado. Fin de trayecto». Pero no. El final queda más abierto que el principio: Tú sígueme. Eso es que habrá segunda temporada.

La hay. Y eres parte de ella. Pero, en todo caso, son llamadas distintas. La primera llamada era una invitación a seguir a Jesús por los caminos de Palestina y proclamar junto a Él el evangelio. La segunda, la de hoy, es la llamada a seguirlo al cielo.

Apostolado y oración. Por el apostolado dices «sí» a la primera llamada, y buscas a quienes están lejos de Dios para anunciarles el Amor de Cristo. Así vives como pescador de hombres. Por la oración te unes a Jesús en lo profundo de tu alma, te abrazas a Él, Él te guía hacia el cielo y gustas, ya en esta vida, las delicias de la vida eterna.

Si no dices «sí» a las dos llamadas, no se cumplirá ninguna.

(TP07S)

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