El trabajo de Penélope

Menuda cara se les debió poner a los apóstoles, asombrados por el esplendor y la riqueza del templo, cuando Jesús les dijo:

Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida.

Me imagino a mi iglesia, que tiene más de quinientos años, cayendo piedra por piedra sobre el pantano del Valmayor, y me da un soponcio. ¿Para qué me molesto en arreglar el tejado y construir la capilla, si se va a ir todo a hacer gárgaras?

Hay un libro de Jesús Carrasco, «Elogio de las manos», en el que cuenta con qué afán se emplearon su familia y él en reconstruir una casa que sabían que sería demolida. Me hizo pensar. Cuidamos nuestro cuerpo, aunque sabemos que moriremos. Cuidamos nuestras casas, aunque sepamos que se derrumbarán. Y –les digo a los jóvenes– si tuvierais un examen mañana y supierais que ibais a morir esta noche, deberíais procurar que la muerte os encontrara estudiando.

No lo hacemos para crear algo indestructible. Lo hacemos para servir a Dios, que ha puesto ese trabajo en nuestras manos. Y, si lo hacemos con amor, cuando todo se destruya, serán nuestras almas las que gocen vida eterna.

(TOI34M)