Ciegos que gritan y cristianos que callan

Jesús: a veces pides… ¡unas cosas! Si no fueras Dios, incluso te diría que parece una petición ridícula, imposible de cumplir.

¡Cuidado con que lo sepa alguien!

Pero ¿cómo no va a saberse? Dos ciegos vuelven a casa con vista, ¿y quieres que no se entere nadie? Pero ¡si ni siquiera ellos podían callarse! Al salir, hablaron de él por toda la comarca. Y, aunque no hubieran hablado, ¿qué crees que iba a pensar la gente cuando vieran que aquellos hombres ya no tropezaban con las piedras y eran capaces de coger el tarro de las galletas de la segunda balda del armario de la cocina sin tirarlo todo? ¿Cómo no iba a enterarse todo el mundo?

Eso que le pediste al ciego lo hacemos nosotros. Muchos cristianos sí que tienen cuidado de que nadie sepa que te aman, que van a misa y que rezan. Les da vergüenza, no quieren señalarse, no vaya a ser que los cancelen. Pero, qué paradoja, a nosotros nos has dicho: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio (Mc 16, 15).

Ojalá nuestro apostolado fuera como el de los ciegos. Y la gente, al tratar con nosotros, dijera: «Éste ha visto a Dios».

(TA01V)

“Misterios de Navidad