Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Tiempo Ordinario (ciclo impar) – Página 2 – Espiritualidad digital

Pensar y mirar

Dios te ha dado una cabeza para pensar. Y sería una falta de gratitud no usarla. Piensa y estudia. Aplica el entendimiento, especialmente, a las verdades de la fe. No tengas miedo, ninguna verdad de fe repugna a la razón. Además, debes estar preparado para dar razón de tu fe ante quienes no creen. Si puedes asistir a algún medio de formación doctrinal, no dejes de hacerlo, porque lo necesitas.

Pero si crees que con la razón vas a agotar el contenido del Misterio, te equivocas de parte a parte y estás a un paso de la soberbia, si no has caído en ella ya.

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños.

La razón piensa y desentraña. Ante el Misterio, sin embargo, somos niños. El niño no piensa, mira y se asombra. Eso es la mirada de fe. La fe no es tanto creer lo que no vemos como ver lo invisible. Por la fe, ante un sagrario te encuentras como ante un abismo de luz. Abres la boca y quedas mudo, no puedes hablar. Adoras. Y te sumerges.

(TOI26S)

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Pecadora era Corozaín. Pecadora Betsaida. Pecadora Cafarnaún. Y pecadores los apóstoles. Sin embargo, para aquellas tres ciudades Jesús tiene palabras terribles, mientras los apóstoles reciben todo el respaldo del Señor:

Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.

Si aquellos Doce no eran menos pecadores que las tres ciudades, ¿por qué esa diferencia?

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Me explico: Los habitantes de Corozaín, Betsaida y Cafarnaún seguían a Jesús por lo que Jesús les daba: los milagros. Les encantaban los milagros. Pero si Jesús les hubiera enviado los milagros por Amazon desde el cielo, les hubiese dado igual, con tal que el repartidor no llegara a la hora de la siesta. Los apóstoles, sin embargo, amaban a Jesús, con milagros o sin milagros. No podían vivir sin Él.

Y es que hay una diferencia entre amar los milagros del Señor y amar al Señor de los milagros. Cuando se ama al Señor de los milagros, uno se da cuenta, tarde o temprano, de que el mayor milagro es su amistad. Y uno estaría dispuesto a perderlo todo por conservarla.

(TOI26V)

Los peros

Malditos peros. Son la forma de decir no diciendo sí. Te llama el Señor, y no quieres decirle que no, porque es Dios y a Dios no se le debe decir no. Eso está feo, es lo que hizo el Maligno. Aunque decirle sí te compromete mucho, porque el Señor no te está pidiendo que vayas a comprarle un paquete de chicles, sino que le entregues la vida entera. ¿Qué harás, entonces? Negociar. Un «sí, pero…».

Sí, pero déjame primero ir a enterrar a mi padre. Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa.

Malditos peros. Nos atan, nos quitan la libertad y nos impiden seguir a Cristo. Lo peor de todo es que, muchas veces, son peros pequeños y estúpidos. Estoy rezando ante el sagrario, pero déjame responder este whatsapp. Voy a misa todos los días, pero no pasa nada porque hoy no vaya, tengo mucho que hacer. Perdono a mi cónyuge, pero no le hablo hasta mañana… Bueno, buscad cada uno vuestros peros favoritos.

Si no cortamos definitivamente con esos peros, nunca seremos discípulos de Cristo. Él no ha dicho: «Te salvo, pero…». Su sí ha sido radical. No le devolvamos un «sí, pero».

(TOI26X)

Enfados buenos, enfados malos

He descubierto que, con la edad, cada vez me enfado menos. Por un lado, me alegra, igual me está entrando la mansedumbre por las arrugas. Por otro, me preocupa, porque igual estoy perdiendo energía. Aunque cuando veo a personas que, cuanto más viejas, se hacen más cascarrabias se vuelven, creo que prefiero lo mío.

Repaso mis enfados pasados, y con la distancia veo que, en el ochenta por ciento de los casos, no era para tanto. Hay un veinte por ciento de enfados de los que me alegro. Y leo hoy el enfado de Santiago y Juan y me troncho:

Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos? Jajaja, yo nunca llegué a tanto. Creo. Jesús se volvió y los regañó. Mira, ahí tienes un enfado bueno.

Jesús se enfadó muy pocas veces. Pero fueron enfados justificados. Pudo enfadarse otras muchas y, en lugar de eso, reaccionó con mansedumbre. Es decir, que se enfadó un veinte por ciento de las veces en que pudo enfadarse. La cuota de enfados lícitos.

Por eso yo le agradezco al Señor que me enfade menos, pero le pido que, cuando tenga que enfadarme, ruja como el león. Como Él.

(TOI26M)

El sentido

No culpéis a los apóstoles. Al menos yo no los culpo. Creo que me habría sucedido lo mismo que a ellos. Cuando Jesús, por enésima vez, les anunció su Pasión, ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.

¡Cómo no les iba a dar miedo, si el propio Cristo tiritó, presa del pavor y la angustia, en Getsemaní!

A todos nos da miedo. Pero peor es darse la vuelta y tratar de encontrar la vida en el egoísmo para perderla del todo. El pecado da más miedo que la muerte. Así que, entre dos miedos, prefiero tiritar con Jesús que condenarme solo.

Lo único que podemos hacer es lo que hizo la Virgen, lo que hicieron Juan y María Magdalena, lo que hacen los niños que tienen miedo (¿o acaso pensáis que ellos no lo tenían?): Cogernos a la mano fuerte y dulce del Señor y atravesar, abrazados a Él, esas tinieblas entre las que entregamos la vida.

Quizá así, a diferencia de aquellos apóstoles, que no captaban el sentido, lleguemos a captarlo. Cristo crucificado es la respuesta a todas las preguntas, Él es el sentido.

(TOI25S)

Desde el Leño reinó Dios

¿Por qué?

El Hijo de Dios se hace hombre y se acerca a los hombres como Mesías para salvar al pueblo. Lo que desea, por tanto, es que los hombres lo reconozcan como el Ungido de Yahweh, acudan a Él y se salven. Sin embargo, cuando Pedro lo reconoce y dice que Él que es el Mesías de Dios, Jesús les prohi­bió terminantemente decírselo a nadie.

¿Por qué?

Porque los hombres no podían entenderlo. Ni los propios apóstoles lo entendían del todo. Ellos, como los demás judíos, identificaban Mesías con esplendor, triunfo y gloria terrena. Por eso, inmediatamente les señala el camino de la Cruz: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Realmente, no lo llegaron a entender hasta que resucitó. Un rey que reina desde el Leño, desde la afrenta, desde el ultraje… no es fácil de entender. Hasta que miras y miras y te enamoras, y te roba Cristo el corazón desde la Cruz. Entonces, casi sin querer, se te escapa un «¡Rey mío y Dios mío!».

Entonces tú, que has conocido ese reinado, se lo dices a todo el mundo.

(TOI25V)

Buscad su rostro

Me apena el comprobar cómo a muchos cristianos la oración de contemplación les es completamente ajena. No la practican, ni tienen deseo alguno de practicarla. Rezan, sí. Rezan para pedir, para meditar, para dar gracias o para cumplir con un precepto. Pero no parecen tener deseo de ver al Señor. Prefieren ver la tele. Ante la tele sí que contemplan… estupideces.

Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?» Y tenía ganas de verlo.

Va a resultar que el malvado Herodes tenía más deseos de contemplación que muchos cristianos. Hombre, era una contemplación un poco discutible, porque cuando finalmente vio a Jesús se burló de Él y lo ultrajó. Pero lo cierto es que había oído hablar de Cristo y, después de oír, quiso ver.

Ojalá estas pobres líneas os encendieran en deseos de ver al Señor. Ojalá, al leerlas, pensarais: «¿Quién es éste de quien escribe este sacerdote? ¡Yo quiero ver a ese Jesús!» Daría por bien empleados estos más de doce años escribiendo día tras día sobre Cristo.

Buscad el rostro de Cristo. Contemplad los evangelios. Buscadlo en el centro mismo de vuestras almas en gracia. Enamoraos de Él.

(TOI25J)

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