Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Fiestas del Señor – Espiritualidad digital

Nuestro camino hacia la cima

Comenzó llevando cafés a los jefes, y acabó de CEO en la multinacional. Todo un camino de ascenso, peldaño a peldaño, con gran esfuerzo. Después se murió. Como todo el mundo. Porque así es el mundo. Muchos pasan la vida procurando ascender puestos en el escalafón, trepar por muros y escaleras para estar por encima, para ser más importantes, para tener más poder. Y, cuando han llegado a la cúspide –si llegan–, lo disfrutan un rato y mueren después. No condeno la ambición por ser influyente; se puede hacer mucho bien desde arriba de la montaña, si al llegar se planta un crucifijo en la cima para que todos lo vean. Pero, por desgracia, lo único que quieren plantar muchos allí es su retrato.

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre.

Nosotros tenemos otra montaña, otra cima. Y también queremos escalar. Deseamos subir a lo alto de la Cruz para alcanzar la gruta abierta en la llaga del costado y vivir allí. Cuando nos insultan, nos ascienden. Cuando fracasamos, trepamos. Cuando sufrimos, escalamos. Cuando oscurece, somos glorificados. Que se lleven ellos la gloria terrena. Nosotros queremos cielo.

(1409)

En una palabra: Belleza

La escena de la Transfiguración está llena de misterio. No es fácil imaginar a ese Jesús radiante, ni el blanco inmaculado de sus vestidos, ni el resplandor de la nube. Nunca hemos visto nada semejante, y por eso lo que allí sucedió escapa a nuestra pobre imaginación.

¿Qué fue lo que mantuvo absortos a aquellos apóstoles? ¿Qué fue lo que hizo decir a Simón: Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías?

Sólo cabe una respuesta: Belleza. Una belleza que supera todo cuanto el hombre puede ver sobre la tierra. Recuerdo esa oración colecta de la fiesta de Epifanía, donde pedimos «poder contemplar un día, cara a cara, la hermosura infinita de tu gloria».

Uno de los grandes obstáculos con los que topa nuestra civilización para encontrar a Dios es el gusto por la fealdad. Tanto en el cine como en las series de TV como en las fiestas públicas se ha instaurado una horrorosa exaltación de lo feo, lo oscuro, lo grosero. Estamos huyendo del cielo hacia las tinieblas.

Pero también creo que aquellos pocos que aún buscan la belleza no tardarán en encontrar al más hermoso de los hijos de Adán, a Cristo.

(0608)

La mirada que nos salva

sagrado corazónEl hombre es el único ser de toda la Creación a quien se puede destruir con una mirada. Así de frágiles somos. Basta una mirada de desdén, de desprecio, o –peor– de odio salida de los ojos de un ser querido para pulverizarnos. Por eso queremos que nos miren bien. Aunque no siempre lo logramos. Cuando saltan a la vista nuestras miserias, quizá el peor castigo sea el modo en que nos miran quienes las han sufrido.

Hoy celebramos el Amor con que Dios nos ama. Dejadme describirlo con las palabras del Apóstol: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom 5, 9). Dios nos mira con cariño incluso cuando todas nuestras miserias salen a la luz. Cristo es Aquél que nos sonríe cuando nos vemos bañados en nuestras debilidades. Aquél que nos besa cuando estamos cubiertos de barro y, con su beso, nos limpia y purifica.

¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido. En esos momentos en que, para los demás, somos una carga o un estorbo, para Cristo somos la oveja perdida. Nos sonríe, nos carga con gusto sobre sus hombros, y nos lleva a casa.

(SCJC)

Gratis, aunque no lo crean

La mañana de mi día libre la paso en el supermercado. Uno de esos que ofrecen 3×2, o segunda unidad al 50%, o un cheque ahorro que engorda con las compras. Me dejo engañar, me divierte, aunque sé que tiene truco, porque en este mundo nadie te regala nada.

No es verdad.

Lo más valioso de este mundo lo regala Dios.

Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.

En cada misa, Dios regala el cuerpo de su Hijo como alimento, y con Él regala vida eterna. No nos cuesta nada, aunque a Cristo le costó muerte de Cruz. Nadie te cobra entrada, ni te obliga a dar limosna en el cestillo, ni te impone una suscripción «tarifa plana». La iglesia está abierta. Entras, rezas, amas y comulgas. Si no estás preparado, el sacerdote te confiesa, también gratis. Y sales inmensamente rico, endiosado, feliz.

¡Dios mío! ¿Cómo es posible que haya más gente en el supermercado que en el templo durante la Misa? ¡Si los hombres supieran! ¡Si lo creyeran! Pero no lo creen. La noticia es demasiado buena. Se dejan engañar por el supermercado, y no se dejan bendecir por Dios.

(CXTIC)

La gran revelación

La revelación más atrevida del Antiguo Testamento tuvo lugar cuando, escondido entre las llamas de una zarza que ardía sin consumirse, Dios reveló su nombre a Moisés. Pero ese nombre revelado el hombre no lo debía pronunciar, salvo en muy contadas ocasiones, para que no pareciese que podía tomar posesión de su Creador. Más adelante, Moisés pidió a Dios que le mostrase su rostro, pero no le fue dado. Dios sólo le permitió ver su espalda.

El Espíritu de la verdad recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío.

¡Cómo no dar gracias por vivir en los tiempos de la Redención! En Cristo, Dios ha corrido el velo de pudor que lo ocultaba y ha mostrado al hombre su misterio, su verdadero rostro. Y es tan hermoso que jamás podrá un mortal cansarse de contemplarlo. Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Un Dios que ama, que dialoga, que recibe y se entrega sin cesar como una fuente inagotable de Amor y de Vida.

No temas a la palabra «misterio». No es sinónimo de algo oscuro e indescifrable. Es una invitación a la contemplación.

(STRC)

Sacerdotes santos

Son ya más de treinta años de sacerdocio. Y, ahora que no nos oye nadie, te confiaré un secreto. Si, antes de ser ordenado, hubiera conocido los dolores y contrariedades que me esperaban, quizá me hubiera echado atrás. Agradezco que no me lo dijeran. Por otra parte, si me hubieran dicho lo feliz que iba a ser, no me lo hubiese creído. Me doy cuenta ahora de que entonces no sabía nada. Sólo sabía que Dios me llamaba. Y creo que sólo necesitaba saber eso.

Después de todo este tiempo, puedo gritar, lleno de gratitud, que estoy más enamorado que nunca, más apasionado que nunca, más loco que nunca. Sé que todo en esta vida, con el pasar de los años, acaba cansando. Pero el Amor de Cristo, y este ministerio sacerdotal con que he sido bendecido, se vuelven más apasionantes cuanto más los gustas. No concibo mi vida fuera del sacerdocio. Por eso sé, ahora más que nunca, que he sido llamado.

Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Es mi gran descubrimiento: para santificar al pueblo, Dios no quiere que haga muchas cosas. Sólo una: ser santo yo.

(XTOSESC)

Tú déjale a Él, que Él sabe

Era yo joven, volvía de la Universidad, y se me averió el coche en mitad de la carretera. Lo detuve en el arcén, y lo lógico hubiera sido llamar a una grúa. Pero el compañero que viajaba conmigo, bendito sabelotodo, me dijo: «¡Tú déjame a mí, que yo sé!». Abrió el capó, sacó una pieza, se la llevó a los labios y sopló fuerte diciendo que iba a desatascarla. La pieza salió volando hacia la carretera y la avería me salió por un pastón. ¡Qué gracioso, mi compañero!

Así comenzó la historia del pecado. Dios había creado al hombre para que se dejase cuidar y alimentar por Él. Pero el hombre, instigado por la serpiente, ante la vista del fruto prohibido le arrebató su vida a Dios y le dijo: «Tú déjame a mí, que yo sé lo que me conviene comer y lo que no». Maldita hora.

He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Hoy comienza la historia de la Redención. Hoy, por la obediencia del Verbo encarnado y la docilidad de la santísima Virgen, el hombre le dice a Dios: «Te dejo a Ti. Tú sabes. Me pongo en tus manos». Bendita obediencia.

(2503)

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