Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Domingos de Tiempo Ordinario (ciclo C) – Espiritualidad digital

Fíate

«No tengo fe, pero quisiera tenerla». «Ojalá tuviera yo la fe que tienes tú». «Es que la fe es un don de Dios, y a mí no me lo ha dado»… Frases como éstas se escuchan con frecuencia de labios de personas aparentemente bienintencionadas. Hombre, siempre es mejor que te «envidien» a que te tiren piedras, pero…

En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor: «Aumén­tanos la fe».

También los apóstoles querían fe. Y la recibieron. ¿Por qué ellos sí, y otros no?

Porque se fiaron. Se fiaron de Jesús de Nazaret.

Esa fe humana, que consiste en fiarse de alguien, no es un don del cielo. Es un don que nosotros damos a quien queremos, porque nos fiamos de quien queremos fiarnos.

¿Quieres tener fe? Fíate. Fíate de la Iglesia, fíate de los evangelios, fíate de ese amigo que te habla de Dios. Y, con esa confianza, acude al sacerdote, exponle tus deseos de creer, reza como si creyeras… En definitiva, si quieres fe, acércate, como se acerca a la lámpara quien quiere luz.

Y Dios se servirá de esa confianza tuya para regalarte el don de la fe. Porque ese don lo da a quienes se fían.

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La verdadera historia de Lázaro y Epulón

Te voy a explicar la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón:

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Desde el bautismo fue revestido con la púrpura de la sangre de Cristo, y cada día participaba en el banquete de la Eucaristía. Era realmente rico, porque tenía fe, que es la mayor de las riquezas.

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Vivía en la casa de al lado. Más que vivir, moría, porque vivía sin Dios. Estaba echado, echado por tierra, porque toda su vida era tierra, no había cielo para él. Le cubrían el alma, como llagas, sus pecados. Nada le saciaba, siempre estaba hambriento. Nadie le dijo que su hambre era hambre de Dios.

Epulón seguía a lo suyo, a sus misas y devociones. ¿No hablarás de Cristo a ese pobre hombre que vive a tu lado? No, no, que se reirá de mí, mejor no meterme en líos. Además, no me hará caso. Rezaré por él.

Qué paradoja: se salvó Lázaro y se condenó Epulón. Cuidado.

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Visión de futuro

Es curioso que Jesús ponga como ejemplo a un corrupto:

Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.

Pero Jesús siempre toma sus ejemplos entre lo que tenemos más a mano. Y corruptos tenemos en el desayuno, la merienda y la cena. Afirma el Señor que muchos corruptos son más listos para el mal que los «buenos» para el bien. Los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.

Cuando el administrador infiel tiene noticia de su inminente despido, piensa: «Me quedan dos telediarios». Y mejor no los veas, porque sales en portada. Podría aprovechar ese plazo para pegarse un festín con los bienes del amo. Pero sabe que, después, moriría de hambre o se pudriría en la cárcel. ¿Qué hace entonces? Aprovechar ese tiempo y esos bienes para ganar amigos que lo reciban después.

Te quedan dos telediarios. Vas a morir. ¿Qué harás? ¿Pegarte la buena vida durante el poco tiempo que tengas y pudrirte después en el infierno? Mejor dedica ese tiempo a ganar amigos –Cristo, la Virgen, los santos– que te reciban en el cielo cuando mueras. Ten visión de futuro.

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Nadar y guardar la ropa

Quizá, en estos últimos días de verano, algunos de vosotros seguís disfrutando de las playas o las piscinas. Y cuando os dais un baño, dejáis la ropa recogida junto a vuestra sombrilla o vuestra tumbona. Eso se llama «nadar y guardar la ropa». Yo un día perdí la ropa por un paseo por la orilla en la playa de San Lorenzo, en Gijón. Al volver del paseo, la marea había subido y mi ropa se la habían puesto los peces. En esa ocasión, no pude nadar, pasear y guardar la ropa. Un desastre.

En el seguimiento de Cristo, sin embargo, no es posible nadar y guardar la ropa. Todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. No puedes seguir al Señor y, a la vez, reservarte algo por si Él te falla o le fallas tú. Con Jesús es un todo o nada. O te entregas totalmente y quemas las naves con la ropa dentro, o te quedas instalado en la tibieza y no disfrutas ni de Cristo ni del mundo.

Jesús no se conforma con ser el primero, ni con que le des una parte. Él lo quiere todo. Decídete.

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Para quedar bien…

santidadDe los fariseos había dicho Jesús que todo lo que hacen es para que los vea la gente (Mt 23, 5). Y hoy, al pronunciar su parábola, con ironía sutil les envía un mensaje escondido: «De acuerdo, ¿queréis quedar bien, buscáis la gloria de los hombres? Pues hasta para encontrarla os conviene hacerme caso. Porque si os apresuráis a ocupar los primeros puestos, os arriesgáis a que os humillen haciéndoos cambiar de lugar. Pero si buscáis el último lugar, os acabarán ascendiendo. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales».

En resumen, les está diciendo: «Sois bobos. Ni para quedar bien servís. Hacéis el ridículo».

Jesús, sin embargo, no buscaba la gloria de los hombres, sino la de Dios. Y nos mostró el verdadero sentido de la parábola cuando se apresuró a sentarse en el último puesto, clavado con tres clavos a una cruz entre dos ladrones y enterrado en un sepulcro prestado. Entonces su Padre le dijo: Amigo, sube más arriba. Y, resucitándolo, le dio el nombre que está sobre todo nombre.

Ojalá quieras quedar bien. No con los hombres, eso no vale para nada, sino con Dios. Busca el último puesto allá donde estés. Abrázate a Jesús crucificado.

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Guardaos de la tibieza

La letra sin rostro es confusa. Sucede con el whatsapp, si no puedes ver la cara de quien te escribe no acabas de captar el sentido. Los emoticonos lo arreglan un poco, pero no del todo.

Esfor­zaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.

Quienes imaginan el rostro airado del Maestro, como el de quien condena, se equivocan. Su rostro al decir esto es triste, como el de quien sufre.

Sufre al ver que muchos ansían el cielo, pero reniegan de la puerta estrecha. Quisieran entrar en el cielo sin esfuerzo, como el joven que no estudia porque le basta «un cinco raspado».

Guardaos de la tibieza. Hace sufrir al Señor. Y os cierra las puertas del cielo. Una piedad de mínimos, una fe sin obediencia, un cumplimiento que es «cumplo y miento».

Esfor­zaos en entrar por la puerta estrecha. Mira a la Cruz. Es la puerta estrecha. Y mira el esfuerzo con que el Señor te ha salvado. Ojalá te mueva el amor a unirte a Él. Pero, si no es el amor, que sea el sentido común: No puede ser tan difícil para Él y tan fácil para mí.

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La zarza ardiente y la muerte de la marquesa

Me contaron una vez, en tono de broma, cómo había sido la muerte de la marquesa. Al final de una vida perfectamente rica, frívola y superficial, ya en su lecho de muerte llamó a los criados y les dijo: «Ha estado todo muy bien». Después se murió. Fuese, y no hubo nada.

Hoy habla el Señor de fuego, en plena calorina de agosto: He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Y yo he recordado a la zarza ardiente que vio Moisés. Ardía sin consumirse. El profeta no sabía que estaba ante el Crucifijo. De Él brotan llamas como esas lenguas de fuego que se posaron sobre los apóstoles en Pentecostés. Es fuego de Amor de Dios, fuego de Amor a los hombres…

Está cumplido (Jn 19,30).  No es, precisamente, la muerte de una marquesa que agradece los servicios prestados. Es la muerte de quien sabe que ha venido al mundo a cumplir una misión, y exhala su último aliento como quien dice: «Misión cumplida».

Y es que hay dos tipos de personas: Los que creen que han venido al mundo a divertirse, y los que saben que tienen una misión que cumplir.

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