Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Domingos de Tiempo Ordinario (ciclo C) – Espiritualidad digital

Cristo, el publicano

parábola del fariseo y el publicanoHitchcock aparecía, como un personaje más, en todas sus películas. Pero eso lo había hecho antes, y mucho mejor, Jesús con sus parábolas. Si lo buscáis en ellas, lo encontraréis siempre. Está disfrazado, pero no cabe duda, es Él.

El publicano, en cambio, quedándose atrás, se golpeaba el pecho diciendo: «¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador».

Es Cristo, y Cristo crucificado. No pide perdón por sus pecados, sino por los tuyos, que Él ha cargado sobre Sí. Se ha quedado atrás, en el último lugar de la Humanidad, el de los malditos y condenados. Y desde allí clama a su Padre, lleno de dolor, pidiendo el perdón para ti.

Mira cómo sufre. Le duelen tus culpas; las ha hecho suyas. ¿No te dolerán a ti? ¿Dejarás que se lleve Él todo el dolor? Pide la gracia de una verdadera contrición, para acompañar a quien te acompaña. No te conformes si tus pecados te duelen por rabia, por fastidio de no ser perfecto. Pídele a Jesús dolor de amor, el suyo.

El que se humilla será enaltecido. El publicano humillado, que es Cristo, será enaltecido y resucitará. Tú también, si te humillas con Él, serás perdonado y tendrás vida eterna.

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Cuando crees que Dios no te hace caso

Si me dieran un euro cada vez que escucho la frase «Dios no me hace caso», a estas alturas sería millonario. Porque la frasecita la he escuchado millones de veces; en eso soy millonario.

Quienes dicen que Dios no les hace caso deben pensar que Dios tiene mucho que hacer, o que no los quiere, o que está enfadado con ellos, o –peor aún– que no existe. Pero no caen en la cuenta de que Dios tiene sus tiempos, y esos tiempos no son los nuestros. Nosotros tenemos demasiada prisa.

Dios siempre escucha. No hay oración, mejor o peor hecha, que se pierda. Pero Dios no es de los que responden al instante a los whatsapps. Ése soy yo, que temo, si no lo hago, encontrarme con veinte mensajes sin responder. Pero, para Dios, eso no es problema. Tiene toda la eternidad para Él. Dios escucha, guarda, mira, espera… y responderá a su tiempo. Sin fallarnos.

Es necesario orar siempre, sin desfallecer. ¿Por qué nos mantiene pidiendo y pidiendo, mientras Él espera y espera? Porque así aumenta nuestro deseo de lo bueno, así aprendemos paciencia, y así sabemos que no merecemos lo que pedimos. Ya lo ves: tiene sus razones.

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Fíate

«No tengo fe, pero quisiera tenerla». «Ojalá tuviera yo la fe que tienes tú». «Es que la fe es un don de Dios, y a mí no me lo ha dado»… Frases como éstas se escuchan con frecuencia de labios de personas aparentemente bienintencionadas. Hombre, siempre es mejor que te «envidien» a que te tiren piedras, pero…

En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor: «Aumén­tanos la fe».

También los apóstoles querían fe. Y la recibieron. ¿Por qué ellos sí, y otros no?

Porque se fiaron. Se fiaron de Jesús de Nazaret.

Esa fe humana, que consiste en fiarse de alguien, no es un don del cielo. Es un don que nosotros damos a quien queremos, porque nos fiamos de quien queremos fiarnos.

¿Quieres tener fe? Fíate. Fíate de la Iglesia, fíate de los evangelios, fíate de ese amigo que te habla de Dios. Y, con esa confianza, acude al sacerdote, exponle tus deseos de creer, reza como si creyeras… En definitiva, si quieres fe, acércate, como se acerca a la lámpara quien quiere luz.

Y Dios se servirá de esa confianza tuya para regalarte el don de la fe. Porque ese don lo da a quienes se fían.

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La verdadera historia de Lázaro y Epulón

Te voy a explicar la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón:

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Desde el bautismo fue revestido con la púrpura de la sangre de Cristo, y cada día participaba en el banquete de la Eucaristía. Era realmente rico, porque tenía fe, que es la mayor de las riquezas.

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Vivía en la casa de al lado. Más que vivir, moría, porque vivía sin Dios. Estaba echado, echado por tierra, porque toda su vida era tierra, no había cielo para él. Le cubrían el alma, como llagas, sus pecados. Nada le saciaba, siempre estaba hambriento. Nadie le dijo que su hambre era hambre de Dios.

Epulón seguía a lo suyo, a sus misas y devociones. ¿No hablarás de Cristo a ese pobre hombre que vive a tu lado? No, no, que se reirá de mí, mejor no meterme en líos. Además, no me hará caso. Rezaré por él.

Qué paradoja: se salvó Lázaro y se condenó Epulón. Cuidado.

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Visión de futuro

Es curioso que Jesús ponga como ejemplo a un corrupto:

Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.

Pero Jesús siempre toma sus ejemplos entre lo que tenemos más a mano. Y corruptos tenemos en el desayuno, la merienda y la cena. Afirma el Señor que muchos corruptos son más listos para el mal que los «buenos» para el bien. Los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.

Cuando el administrador infiel tiene noticia de su inminente despido, piensa: «Me quedan dos telediarios». Y mejor no los veas, porque sales en portada. Podría aprovechar ese plazo para pegarse un festín con los bienes del amo. Pero sabe que, después, moriría de hambre o se pudriría en la cárcel. ¿Qué hace entonces? Aprovechar ese tiempo y esos bienes para ganar amigos que lo reciban después.

Te quedan dos telediarios. Vas a morir. ¿Qué harás? ¿Pegarte la buena vida durante el poco tiempo que tengas y pudrirte después en el infierno? Mejor dedica ese tiempo a ganar amigos –Cristo, la Virgen, los santos– que te reciban en el cielo cuando mueras. Ten visión de futuro.

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Nadar y guardar la ropa

Quizá, en estos últimos días de verano, algunos de vosotros seguís disfrutando de las playas o las piscinas. Y cuando os dais un baño, dejáis la ropa recogida junto a vuestra sombrilla o vuestra tumbona. Eso se llama «nadar y guardar la ropa». Yo un día perdí la ropa por un paseo por la orilla en la playa de San Lorenzo, en Gijón. Al volver del paseo, la marea había subido y mi ropa se la habían puesto los peces. En esa ocasión, no pude nadar, pasear y guardar la ropa. Un desastre.

En el seguimiento de Cristo, sin embargo, no es posible nadar y guardar la ropa. Todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. No puedes seguir al Señor y, a la vez, reservarte algo por si Él te falla o le fallas tú. Con Jesús es un todo o nada. O te entregas totalmente y quemas las naves con la ropa dentro, o te quedas instalado en la tibieza y no disfrutas ni de Cristo ni del mundo.

Jesús no se conforma con ser el primero, ni con que le des una parte. Él lo quiere todo. Decídete.

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Para quedar bien…

santidadDe los fariseos había dicho Jesús que todo lo que hacen es para que los vea la gente (Mt 23, 5). Y hoy, al pronunciar su parábola, con ironía sutil les envía un mensaje escondido: «De acuerdo, ¿queréis quedar bien, buscáis la gloria de los hombres? Pues hasta para encontrarla os conviene hacerme caso. Porque si os apresuráis a ocupar los primeros puestos, os arriesgáis a que os humillen haciéndoos cambiar de lugar. Pero si buscáis el último lugar, os acabarán ascendiendo. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales».

En resumen, les está diciendo: «Sois bobos. Ni para quedar bien servís. Hacéis el ridículo».

Jesús, sin embargo, no buscaba la gloria de los hombres, sino la de Dios. Y nos mostró el verdadero sentido de la parábola cuando se apresuró a sentarse en el último puesto, clavado con tres clavos a una cruz entre dos ladrones y enterrado en un sepulcro prestado. Entonces su Padre le dijo: Amigo, sube más arriba. Y, resucitándolo, le dio el nombre que está sobre todo nombre.

Ojalá quieras quedar bien. No con los hombres, eso no vale para nada, sino con Dios. Busca el último puesto allá donde estés. Abrázate a Jesús crucificado.

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