El Niño Jesús que yo quiero
No lo venden en las tiendas, ni está en las galerías del arte, pero yo quisiera un Niño Jesús con moquitos. Cuando lo digo no me toman en serio, pero va en serio. Y una Virgen que le limpie los moquitos, y que sería la primera Verónica. Lágrimas ante Jerusalén, sangre en la Cruz, moquitos en el pesebre. No hay tanta diferencia, es un rostro que destila humanidad.
Porque Aristóteles pensó en un Dios omnipotente y creador de todo a quien no le importamos un pimiento. Ese Dios no viene con moquitos, ni necesita quien se los limpie. Ese Dios tampoco llora ni sangra.
Pero la Virgen tuvo en brazos a un Dios con moquitos. Y su inmaculado corazón se estremeció en un vértigo de asombro ante la fragilidad del Altísimo convertido en bebé.
Los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. ¿Qué hacía la Virgen? Lo que hace cualquier madre con su bebé: arroparlo, protegerlo, limpiarlo. Y, a su tiempo, cambiarle los pañales a Dios.
¿No es para morir de gozo y de asombro el modo en que un Dios amante se ha puesto en nuestras manos?
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