¡Pobre Señor!

Se supone que los reyes están rodeados de una corte de aduladores y tiralevitas que no paran de recordarles lo maravillosos que son y lo bien que hacen todo. Pero el rey de la parábola era el rey más desdichado y solitario del mundo. Cuando se dispone a celebrar la boda de su hijo, mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. ¡Ni los criados le obedecen! Pero después, cuando envía a otros criados a la misma tarea, los propios convidados no hicieron caso. Y cuando, finalmente, consigue llenar el banquete con invitados imprevistos, se le presenta uno vestido con camiseta de tirantes, bermudas y chanclas (como vienen algunos a Misa en verano, qué penita). Tendría que reprenderle el propio Don Corleone: «Vienes a mi casa el día de la boda de mi hijo, y vienes sin ningún respeto». Por no hablar de quienes vienen a comulgar con el alma ensuciada y apestosa a causa del pecado mortal que no han confesado.

¡Pobre Señor! ¡Pobre Señor! ¡Qué solo está! Tiene un tesoro, lo quiere regalar, y apenas nadie lo valora.

Por favor, detente antes de entrar en Misa. Piensa en dónde vas a entrar.

(TOI20J)