Me encanta cómo besan los niños la imagen del Niño Dios al terminar la misa. Es verdad que me lo dejan perdidito de babas, pero cuánta naturalidad hay en esos besos infantiles. Papá o mamá, que los traen en brazos, dejan en los pies de Jesús un beso contenido. Y luego dicen al pequeño: «Dale un beso al Niño Jesús». Y el niño se lanza sin miedo a besar como besa a sus padres. ¡Qué sería de los niños sin las imágenes! Un pequeñín no puede entender a un Dios invisible, pero disfruta contemplando el Belén.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Eso mismo hace el niño: ve y cree. Ve con sus ojitos la imagen de Jesús y besa como quien realiza el más conmovedor acto de fe.
Hasta que el Hijo de Dios vino a la tierra, hacer imágenes del Altísimo era un pecado. Pero la vida eterna que estaba junto al Padre se nos manifestó (1Jn 1, 2). El Hijo se dio la vuelta, nos miró y se dejó ver. Por eso la Navidad es de los niños, por eso en Navidad se reza con los ojos.
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