A diez leprosos curó Jesús. Y a los diez les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes. Porque la Ley prescribía que quien fuera curado de una enfermedad acudiese al sacerdote para presentar un sacrificio de acción de gracias.
Nueve de ellos actuaron según la Ley, y fueron en busca de aquellos sacerdotes. Sólo uno de ellos, guiado por el Espíritu, fue a presentarse al Sacerdote.
Se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
El sacrificio que ofrece es su propia vida. Al postrarse ante Jesús, le está diciendo: «Soy tuyo».
«El Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia». Así deberíamos asistir a la Misa. Acudimos al altar llenos de gratitud por cuanto el Señor ha hecho con nosotros. Y en las ofrendas, junto al pan y el vino, ponemos nuestras vidas en manos del sacerdote para que las presente a Dios. Al descender sobre el pan, el Señor nos toma de la mano, nos alimenta y nos dice: Levántate, vete; tu fe te ha salvado. «Podéis ir en paz».
(TOI32X)











