Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

26 julio, 2025 – Espiritualidad digital

Tres padrenuestros a san Antonio

Se me ha acercado una mujer con un desconcierto mayúsculo. Había perdido las gafas, y un sacerdote amigo mío le recomendó: «Rézale tres padrenuestros a san Antonio, y verás cómo aparecen». Pero a la pobre mujer le dio por pensar: «¿Y cómo voy a rezarle tres padrenuestros a san Antonio, si san Antonio no es mi padre?». Jajaja, me troncho. Le he respondido que rece tres padrenuestros a Dios ante la imagen del santo. Ya aparecieron las gafas.

A ver… el Padrenuestro se le reza a Dios. Aunque, en ocasiones, lo usemos como instrumento para conseguir cosas, como quien desliza una solicitud timbrada en un buzón de la administración celeste. Pero el Padrenuestro es mucho más.

Cuando oréis, decid: «Padre, santificado sea tu nombre». El Padrenuestro te está revelando, en primer lugar, que Dios es tu Padre. Medítalo. Además, te está enseñando qué pedir y cómo hacerlo. Danos cada día nuestro pan cotidiano… Poco después, Jesús habla del amigo que pide pan y el hijo que pide un pez. ¿Entiendes que ese pan cotidiano es la Eucaristía, que se te está invitando a comulgar diariamente?

Yo te dejo aquí. Medita despacio la oración dominical. Que te la explique san Antonio.

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Joaquín, Ana y mi sobrina

Tengo una sobrina de quince años enamoradiza. Da como miedo. Le pregunto si uno de los chicos de los que se ha enamorado sabe que está loca por él y me responde: «No sabe que lo sabe, pero lo sabe. No sé si me explico»… En fin, que así se explica mi sobrina.

Y me viene al pelo, además hoy es su santo. Porque a Joaquín y Ana se les aplica de maravilla el galimatías de la adolescente irredenta que tengo por sobrina.

¿Sabían Joaquín y Ana que su hija era inmaculada? ¿Sabían que su nieto era nada menos que Dios hecho hombre?

Sabían, desde que María nació, que esa niña era más del cielo que de la tierra. Sabían que en sus ojos había claridades nunca vistas. Sabían que su hija guardaba en el pecho un corazón resplandeciente de pureza y humildad.

Sabían, desde que conocieron a su nieto, que aquel niño no era como los demás. Sabían que estar con el pequeño Jesús era estar en el cielo. Sabían que, cuando se marchaba de su casa, hubieran querido retenerlo para que no se fuese.

Por tanto, que responda mi sobrina: No sabían que lo sabían… pero lo sabían.

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