Me ha gustado mucho la novela «Desaparecidos», de Tim Gautreaux. Transmite un mensaje muy interesante: El peor castigo del malvado es el mero hecho de convivir con su propia maldad. La venganza es estúpida, por innecesaria: bastante castigo tiene el malo con ser malo.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?».
Santiago y Juan no habían leído a Gautreaux, porque a Gautreaux le faltaban dos mil años para nacer, y querían arrojar fuego sobre la aldea que se negó a recibir a Jesús. Jesús se volvió y los regañó. ¿Qué mayor castigo podía recaer sobre esa aldea sino el de vivir sin conocer a Cristo? Vivir sin Cristo es vivir en el infierno. ¿Acaso puede caer sobre ellos un fuego peor?
Cuando veas frente a ti a la maldad, no te dejes llevar por la ira, y mucho menos por el deseo de venganza. Más bien, compadécete, que no debes castigar sino llorar. Eso es lo que hizo Jesús sobre Jerusalén.
Algunos códices del evangelio añaden un versículo a esta escena. En él, Jesús dice a los apóstoles: «No sabéis de qué espíritu sois».
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