Hay formas y formas de intentar ser santo, aunque sólo una nos lleva a la verdadera santidad. Por ejemplo, si a uno le gusta sufrir, puede tratar de santificarse a base de propósitos y esfuerzos. Un propósito cada día, un esfuerzo cada día… un fracaso cada día. ¿Te suena? Pues vuélvelo a intentar, no te rindas. Sigue… hasta que un buen día te des cuenta de que no puedes.
Es decir, no puedes solo. Esos propósitos y esa lucha son necesarios; no te salvarás sin ellos, porque has de demostrarle al Señor los deseos que tienes de agradarle. Pero, si sólo cuentas con tu esfuerzo, jamás lograrás nada. La fuerza del pecado es, muchas veces, mayor que la fuerza de la voluntad.
Su palabra estaba llena de autoridad… ¿Qué clase de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.
Esa palabra poderosa de Jesús se nos ha entregado. Recíbela, como una semilla, desde primera hora de la mañana, y guárdala en el alma todo el día. Recuérdala una y otra vez. Y ella, sirviéndose también de tus propósitos y tus esfuerzos, irá cumpliendo en tu alma, poco a poco, lo que dice.
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