Desde el comienzo de su vida pública, Jesús predicó y pidió la conversión de los hombres. Se congregaron en torno a Él miles de personas, pero pocos, muy pocos se convirtieron.
Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza.
Y ¿qué es convertirse? Es necesario escuchar al profeta Jeremías: Me dieron la espalda y no la frente (Jer 7, 24). Convertirse es dar la espalda a las criaturas y la frente a Dios. Eso no supone desentenderse del mundo, sino mirarlo reflejado en las pupilas de Dios, mirarlo como lo mira Él.
Son las dos de la tarde, y descubres que no te has acordado de Dios en todo el día. Entonces rezas una jaculatoria… y te vuelves a dar la vuelta hacia el pollo, que se está quemando en el horno. Por cómo reaccionas ante el desastre se nota que te has vuelto a olvidar de Dios. Estás de espaldas, sólo le prestas atención cuando te giras.
A los santos también se les quema el pollo. Pero, como viven vueltos hacia el cielo, dicen: «¡Bendito sea Dios!». Y se lo comen santamente.
(TOI15M)











