¡Qué bueno has sido conmigo!
Las palabras del Magnificat son el fruto de un silencio. Desde que el ángel se retiró, María quedó sumergida en una oración profunda. Mientras se palpaba el vientre, su corazón recorría las Escrituras, y se iba viendo a sí misma reflejada –o, mejor, anunciada– en Ana, la madre de Samuel; en la esposa del rey del salmo 44… Judit, Ester, Rut… Todas ellas están en el Magnificat. En ese tiempo de oración, María comprendió su propia vida y reconoció lo bueno que había sido Dios con ella. ¿Acaso no puede resumirse todo el canto diciendo «¡Qué bueno ha sido Dios conmigo!»?
El Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo.
¿Por qué no compones tu propio magnificat? Pide luces al Espíritu y repasa tu historia viendo en ella las maravillas de Dios. Aparca tus quejas hasta después de las fiestas (y si quedan aparcadas para siempre, mejor aún) y llénate de gratitud. Gracias por que me creaste, gracias por que me amas, gracias por mis padres, gracias por mi bautismo, gracias por la fe, gracias por los amigos, gracias ¡por los dolores!, gracias por lo bueno que has sido conmigo.
Ya estás preparado para recibir al Señor.
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