Primero tu alma

«Primero tu alma; después, tu matrimonio». Se lo digo muchas veces a parejas que acuden a terapias para solucionar sus problemas conyugales. Y es bueno que acudan, si lo necesitan. Pero si las almas no están sanas, la terapia queda en una capa de pintura sobre un muro podrido.

Nos sucede lo mismo con la parábola de la levadura. Quisiéramos que se cumpliera en el mundo, que los cristianos fuésemos esa levadura que hiciera fermentar la tierra en Amor de Dios. Pero si no se ha cumplido esa parábola en nosotros, ¿cómo podremos cambiar a otros?

El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta. No pienses ahora en el mundo. Piensa en ti. Y contempla cómo la Iglesia deposita en tu alma esa levadura que es Cristo. En cada comunión, en cada minuto de escucha de la palabra, en cada absolución sacramental… La oración, la confesión, la misa comienzan cuando terminan. Cuando sales del templo es cuando debes procurar que la levadura fermente; que Cristo invada tu pensamiento, tus afectos, tus palabras, tus obras, tu sonrisa…

Sólo así podrás ser tú levadura en el mundo.

(TOI17L)