Para empezar, no sé cuántos talentos tengo. Si cuento con los dones que del cielo he recibido, veo entre mis manos riquezas incalculables: el bautismo, la gracia divina, la fe, el orden sacerdotal… Si pienso en los talentos naturales, alguno tengo. Pero, en todo caso, tenga mucho o tenga poco, ¿cómo haré para hacer que mis talentos den fruto? ¿Cómo podré yo multiplicarlos?
El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco.
Tuvo prisa, no perdió el tiempo, quizá el tiempo era uno de sus talentos y no quería desperdiciar ni un solo minuto. O quizá eran tan ardientes sus deseos de obtener ganancias para el amo que no le permitían esperar. Un minuto de vida empleado en algo que no sea la voluntad de Dios, lo que Dios me pide aquí y ahora, es un grave desperdicio. «Si queréis que esté holgando, quiero por amor holgar. Si me mandáis trabajar, morir quiero trabajando. Decid dónde, cómo y cuándo», escribió santa Teresa. ¡Qué talentos tan bien aprovechados!
Ahora entiendo. Es la prisa el verdadero negocio, y el tiempo nuestro talento. Cada minuto empleado en hacer la voluntad de Dios da frutos de vida eterna.
(TOI21S)