Me sorprenden las personas mayores a quienes veo cambiar para mejor. Son la refutación viviente de esa falsa premisa según la cual «a ciertas edades ya no se cambia». Estoy pensando en personas concretas de mi entorno a quienes he visto transformarse más allá de los setenta. De mayor quiero ser como ellos, porque la vida es aprendizaje, y ese aprendizaje no debe terminar sino con la muerte.
No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
Sabes bien quién es el Maestro. Y sabes que el Maestro está crucificado. Por eso, si no apartamos los ojos del Crucifijo, vamos aprendiendo, durante la vida, a no estar por encima de Él. Cuando eres joven, quieres cambiar el mundo con tu buena imagen, con tus habilidades, con tu energía desbordante, con tu entusiasmo… Y a tus pies está Jesús convertido en un despojo, insultado y ultrajado, fracasado y al borde de la muerte. Tienes mucho que aprender.
El amor a la Cruz lleva años de contemplación y aprendizaje. Te llueven golpes, fracasos, humillaciones… Así vas aprendiendo. Y cuando ya eres como tu maestro, cuando ya estás crucificado, te vas con Él al cielo.
(TOI23V)