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Espiritualidad digital – Página 22 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Reloj, no marques las horas

La gente se equivoca con la vida eterna. Piensan en una vida interminable, como si, al finalizar el partido y ser alcanzados por la muerte, el árbitro celestial pitara una prórroga infinita. Pero eso no es la vida eterna. Además, la vida es «terminable». Se acaba con la muerte. No hay prórroga.

Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Cuando conoces a Cristo, cuando lo contemplas y caes rendido ante Él, cuando tú lo miras y Él te mira en medio de esa noche de la fe, ¿no te parece que escapas del tiempo? Es lo del bolero, para que me entiendas: «Reloj, no marques las horas, haz esta noche perpetua, para que nunca se aleje de mí, para que nunca amanezca». Eso, pero hecho verdad.

Da pena que la oración de muchos cristianos sólo consista en «Dame, perdóname, gracias, haré esto, evitaré aquello». No contemplan, están atrapados en el tiempo.

Dejaos levantar. Mirad con mirada de fe. Habitad la eternidad. Gozad el Amor. Y, cuando el árbitro pite el final del partido, los noventa minutos serán absorbidos por ese reloj que no marca las horas. El gozo eterno.

(TP07M)

Reunionitis

Me convocan a tantas reuniones que, muchas veces, pienso que alguien confunde la eficacia con el tiempo que pasamos sentados (en sillas espantosas, por cierto). Olvidaron aquel refrán: «Reunión de pastores, oveja muerta». Otras veces creo que es inseguridad. Alguien necesita vernos juntos para comprobar que no nos hemos escapado. Y otras veces –perdón, perdón– lo tomo como mera estupidez.

Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Ojalá cuidemos la única reunión que importa, esa reunión que no es reunión, sino unión: la de todos los hombres –no todos los cristianos, sino todos los hombres– unidos en Cristo como los miembros están unidos a la cabeza. Y, para alcanzar esa unión, nos dispersemos, salgamos de esa sala con el aire ya viciado y nos introduzcamos en el mundo como la sal en el alimento. Luego nos vemos ante el altar, recibimos la formación que necesitamos, y un «podéis ir en paz» nos lanza de nuevo al campo de batalla.

No somos más eficaces porque nos reunamos mucho, sino porque llevemos las manos llagadas de Cristo hasta los extremos más alejados de la tierra.

(TP07L)

El camino a casa

Decía Antoine de Saint-Exupery que de nada sirve dejar a una persona en el desierto si no le anuncias una fuente y le señalas el camino. Sólo así la persona se orienta y sabe a dónde dirigir sus pasos.

Mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. El hombre está sobre la tierra desorientado, no sabe qué hace aquí, consume sus días huyendo de la muerte y la muerte al final lo atrapa y lo devora. Pero desde que Cristo resucitado ascendió al cielo, el hombre sabe que tiene un hogar y conoce el camino. A donde yo voy, ya sabéis el camino. Yo soy el camino (Jn 14, 4.6).

Ese día supimos que somos peregrinos; que nuestro hogar no está aquí; que esta vida es, debe ser, camino hacia el cielo; y que ese camino está señalado por las huellas de Cristo.

El cielo no es un parque temático donde uno se reencuentra con su abuelito y deja de envejecer por arte de magia. El cielo es nuestro hogar, el cielo es el Amor, el cielo es Cristo. Es el descanso en Él, el abrazo que escapó del tiempo, el gozo que no acaba.

(ASCC)

La doble visitación

Segundo misterio: la Visitación de María a su prima Isabel. 31 de mayo: La Visitación de la bienaventurada Virgen María.

Olvidamos algo. La visita es doble, a Isabel se le llenó la casa.

Se llenó Isabel del Espíritu Santo. ¿Acaso esa visita es menos importante? El gran Visitador, el Espíritu, primero había visitado a María y había depositado en sus entrañas al Verbo divino. Y ahora visita el alma y el vientre de Isabel. El alma la llena de gozo, y en el vientre hace bailar por soleares al pequeño Juan. ¿Lo libró entonces del pecado original? Algunos lo dicen. Yo no lo sé.

¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Esas palabras no se explican si no es por una inspiración del Paráclito. Está llamando «Señor» al Hijo de María; se está adelantando al concilio de Éfeso y proclamando a la Virgen madre de Dios.

Visitación, sí. ¡Pero menuda visitación! Abre las puertas del alma. Echa de casa, con una buena confesión, a todos esos mercaderes que son tus pecados, y que te visiten la Virgen y el Paráclito. Verás qué alegría.

(3105)

Dolores y alegría de un parto cósmico

Dice san Pablo que la creación está gimiendo y sufre dolores de parto (Rom 8, 22). Es un parto cósmico, el parto de todos los partos. Un parto doloroso, pero bien llevado, porque el niño nace de Cabeza. Y, como es de bien nacidos ser agradecidos, junto al dolor se hace presente la eterna gratitud de la criatura.

La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. El alumbramiento comienza en los dolores de la Cruz, repartidos y esparcidos por la Historia entera, y se manifiesta en la Ascensión, cuando, de modo visible, nuestra Cabeza, Cristo, salió de las tinieblas de este mundo para amanecer a la luz celeste. Tras la cabeza, amaneció el cuello, la Virgen, asunta en cuerpo y alma a los cielos. Y, tras el cuello, vamos naciendo los cristianos, cogiditos al Señor como cogía Jacob el talón de Esaú.

Apréndelo bien y no lo olvides. Porque no te ha prometido Cristo que te irá bien en esta vida. Te ha prometido que nacerás al cielo.

(TP06V)

Los gozos y las lágrimas

Comienza hoy el decenario al Espíritu Santo. Y en la secuencia se invoca al Defensor como «gozo que enjuga las lágrimas».

¿Qué lágrimas? Desde luego, las de nuestras tristezas, que serán consoladas por ese Amor de Dios. Pero hay unas lágrimas, unas muy especiales, que el Espíritu Santo, al posarse en el alma, convertirá en lágrimas de gozo.

Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver… Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Antes se celebraba en este jueves la Ascensión del Señor. Y esa ascensión es la causa de nuestra tristeza. ¡Quién, si está realmente enamorado, no llorará cuando el rostro del ser amado se esconde! ¿No os duele no poder ver a Jesús? Si yo pudiera ver ese rostro, si lo pudiera en todo tiempo contemplar resucitado, como por un instante lo contempló la Magdalena, no habría tristeza que no se me volviese dulce.

No serán mis ojos los que vean a Jesús en esta vida, pero el Paráclito traerá a mi alma la noticia de su belleza. Lo veré, entonces, por la fe, y, como le sucedió a la Magdalena, mi tristeza se convertirá en alegría.

(TP06J)

Como un aire del cielo que entra en el alma

Hoy no sé cómo explicarme. Sé lo que quiero decir, pero no sé decirlo. Y no me culpéis, que al propio Hijo de Dios encarnado le sucedió lo mismo antes que a mí: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Ni ellos podían cargar con ellas, ni podía la lengua humana del Verbo transmitirlas. Porque son más que verdades inefables: son la misma Verdad.

Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. La verdad plena es la entraña del corazón de Cristo. Tal es la intimidad que el Espíritu crea entre el cristiano y el Hijo de Dios. Es un aire del cielo que entra en el alma.

Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Ya había dicho Jesús que nos amaba como el Padre mismo lo amó. Y hoy añade: Todo lo que tiene el Padre es mío. Lo que el Espíritu nos anuncia es, precisamente, ese Amor entre Padre e Hijo. Y, al hacerlo, además de llenar de dulce consuelo el alma, la Trinidad misma nos abraza y nos acoge en su seno.

No os fieis de mis palabras. Gustadlo.

(TP06X)

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