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Espiritualidad digital – Página 14 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

En el templo está Jesús

Por dos veces se refiere san Lucas al modo en que la Virgen guardaba todo en el corazón. La primera es en Belén, tras la visita de los pastores. La segunda tiene lugar cuando, al cabo de tres días, José y ella encuentran al Niño perdido en el templo.

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Precisamente por eso, porque aquella alma contemplativa guardaba en el silencio de su corazón, como palabras venidas de Dios, los acontecimientos de su vida, debió entender que, en adelante, si sentía la angustia por la ausencia de su Hijo, lo encontraría en el templo. Es decir, en su propio corazón inmaculado, que era el santuario más precioso de la divina gracia. Apréndelo también tú. Cuando te parezca que has perdido de vista a Jesús, busca en lo profundo de tu alma en gracia y lo encontrarás.

También por eso, María vivió el Sábado Santo recogida en su inmaculado corazón. Allí seguía, dormido, como dormido estaba en lo profundo de la tierra, su Hijo. Y, una vez más, lo recobraría despierto al tercer día. Entonces comprendió que aquellos tres días en que perdió a Jesús en Jerusalén eran anuncio de su muerte y resurrección.

(ICM)

La mirada que nos salva

sagrado corazónEl hombre es el único ser de toda la Creación a quien se puede destruir con una mirada. Así de frágiles somos. Basta una mirada de desdén, de desprecio, o –peor– de odio salida de los ojos de un ser querido para pulverizarnos. Por eso queremos que nos miren bien. Aunque no siempre lo logramos. Cuando saltan a la vista nuestras miserias, quizá el peor castigo sea el modo en que nos miran quienes las han sufrido.

Hoy celebramos el Amor con que Dios nos ama. Dejadme describirlo con las palabras del Apóstol: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom 5, 9). Dios nos mira con cariño incluso cuando todas nuestras miserias salen a la luz. Cristo es Aquél que nos sonríe cuando nos vemos bañados en nuestras debilidades. Aquél que nos besa cuando estamos cubiertos de barro y, con su beso, nos limpia y purifica.

¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido. En esos momentos en que, para los demás, somos una carga o un estorbo, para Cristo somos la oveja perdida. Nos sonríe, nos carga con gusto sobre sus hombros, y nos lleva a casa.

(SCJC)

Elogio de la obediencia

La obediencia, en nuestros días, está en crisis. Cualquier llamamiento a la obediencia es tenido por abuso de autoridad. Por eso también la propia autoridad está en crisis. Los directores espirituales estamos bajo sospecha. Nuestra civilización ha matado al padre, y campa a sus anchas como si se hubiera liberado de un yugo, mientras lleva a cuestas el peor y más letal de los yugos: el de la estupidez. Eso sí, con tarifa plana de datos.

No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Y nuestro buen burgués (también el que va a misa) responde: «¿Por qué ese empeño en que obedezcamos? Eso es abuso. ¿No puede uno salvarse diciendo «Señor, Señor», y haciendo lo que le dé la gana, como todo el mundo?»

Para empezar, te conviene obedecer porque Dios, que es tu Padre, quiere tu bien y, sirviéndose de sus ministros, te indica el camino del cielo. Pero también te conviene porque la salvación del hombre es amar a Cristo, y el amor conlleva entregar la vida. La obediencia es la entrega amorosa de la propia voluntad.

(TOI12J)

Primeras impresiones e intuiciones geniales

Las primeras impresiones y las intuiciones «geniales» pueden ser peligrosas. En este mundo casi nada es lo que parece. Me dan miedo quienes se fían del «amor a primera vista». Porque cuando llega la vista número veinticuatro, y finalmente se dan cuenta de que ese lunarcito tan mono que el cielito lindo tiene junto a la boca era una verruga, ya las cosas tienen poco remedio.

Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. Y así, el que parecía el corderito de Norit (los más jóvenes, que lo busquen en Google), resulta ser el lobo feroz. ¿Cómo te diste cuenta? Por sus frutos. Ni lana ni queso. Sólo dentelladas.

Lo contrario del falso profeta es el Crucifijo. Es el Cordero cubierto de ignominia, de bofetadas, de salivazos y de maldición. Cuando te aproximas es, en palabras de Isaías, como uno ante quien se vuelve el rostro. No quisieras ni mirarlo. Pero, si sostienes la mirada, y te acercas a la distancia del buen Dimas, te enamoras. ¡Qué hermosura! Y entonces gustas sus frutos: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí. Es Dios.

(TOI12X)

El gran provocador

profetasJuan es la campana. El aldabonazo. El grito. El disparo al aire que paraliza al pianista y acalla a todos en la sala. Tenía que ser así: fuerte, contundente, lapidario, incluso amenazante. ¿Cómo, si no, iba a atraer la atención en medio de semejante griterío?

Es como el truco del profesor. Cuando ve que los alumnos están distraídos y sus palabras se pierden en el aire, dice «sexo», y todas las cabezas se levantan y lo miran. «Ahora que he captado vuestra atención, continuemos la clase».

Pero, en el caso de Juan y de Israel, hacía falta algo más fuerte. Y más verdadero. Llamó a los judíos «camada de víboras». Los amenazó con ser talados como el árbol derribado por el hacha. Despreció su título sagrado de «hijos de Abrahán». Acusó públicamente de adulterio al rey de Israel.

Un hombre así, en un mundo así, tenía que acabar muerto. Murió decapitado. Fue el precio por atraer la atención de los hombres hacia el Mesías.

Nosotros procuramos no molestar, no decir nada que provoque, no herir la sensibilidad de un mundo que se precipita en la muerte. Pero no acallaremos el griterío con sonrisas falsas y poemas vacíos. Necesitamos provocadores. Mártires.

(2406)

Fulano, Mengano, Zutano, Perengano…

Tenemos los ojos saltarines. Nos hacen chiribitas. No paramos de mirarlo todo. Fíjate en Fulano, cómo va vestido. ¿Te das cuenta de lo que hace Mengano? ¿Ves cómo se está portando Zutano? Mira a Perengano, no hay quien lo aguante. Por eso hay tantos con «vista cansada». No me extraña, cualquiera no se cansa de mover tanto los ojos con la viga puesta.

¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? La culpa no es de Fulano, ni de Mengano, ni de Zutano ni de Perengano, ni del butano. La culpa es tuya, por andar mirando donde no debes. Eres un contador de motas. Da descanso a tus ojos, y un respiro a tus hermanos.

Un consejo para tu salud ocular: Dedica los primeros minutos del día a la oración. Clava la mirada en Cristo, descansa tus ojos en Él. Y después procura no apartarlos de Él durante todo el día. Así, en lugar de juzgar, rezarás por Fulano, por Mengano, por Perengano, y por ti. Quizá entonces caiga la viga de tu ojo, y veas a Dios con las claridades del Espíritu.

(TOI12L)

Gratis, aunque no lo crean

La mañana de mi día libre la paso en el supermercado. Uno de esos que ofrecen 3×2, o segunda unidad al 50%, o un cheque ahorro que engorda con las compras. Me dejo engañar, me divierte, aunque sé que tiene truco, porque en este mundo nadie te regala nada.

No es verdad.

Lo más valioso de este mundo lo regala Dios.

Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.

En cada misa, Dios regala el cuerpo de su Hijo como alimento, y con Él regala vida eterna. No nos cuesta nada, aunque a Cristo le costó muerte de Cruz. Nadie te cobra entrada, ni te obliga a dar limosna en el cestillo, ni te impone una suscripción «tarifa plana». La iglesia está abierta. Entras, rezas, amas y comulgas. Si no estás preparado, el sacerdote te confiesa, también gratis. Y sales inmensamente rico, endiosado, feliz.

¡Dios mío! ¿Cómo es posible que haya más gente en el supermercado que en el templo durante la Misa? ¡Si los hombres supieran! ¡Si lo creyeran! Pero no lo creen. La noticia es demasiado buena. Se dejan engañar por el supermercado, y no se dejan bendecir por Dios.

(CXTIC)

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