¡Mirad!

Dice el salmo: Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa (Sal 129, 7).

A Zacarías le cerró el ángel los labios porque no decía más que tonterías. La pena es que sólo le sucedió a él. Muchos otros hay a quienes les vendría bien el correctivo. Porque, en aquel silencio, Zacarías aprendió a tener vida interior. Y cuando, al fin, sus labios se abrieron, brotaron de ellos palabras de vida. En aquellos nueve meses fue gestado Juan en el vientre de Isabel y la sensatez en el alma de su esposo.

Juan es el centinela de la aurora, el que toca la corneta para despertar al pueblo y anunciarle la salida del sol. Y Zacarías es su profeta, el que presta sus labios a un hijo que aún no puede hablar.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Mirad allí, grita el centinela mientras señala al Oriente. Mirad la luz que despunta.

Mira el Belén, mira a la Virgen, mira a José. Esta noche saldrá el Sol.

(2412)