El Inocente
Si algo deja claro la Escritura es que, después de la caída de nuestros primeros padres, no hay hombre libre de pecado. Heredamos la culpa desde nuestra concepción: Pecador me concibió mi madre (Sal 50, 7). En otro lugar, hablando de los hombres, dice: No hay uno que obre el bien, ni uno solo (Sal 13, 3). El propio Jesús dijo al joven rico: Nadie es bueno, sino sólo Dios (Lc 18, 19). Y, en otro momento: Si vosotros, que sois malos… (Lc 11,13).
Esta ristra de citas, y otras muchas que dejo fuera, la traigo para que nos sorprendamos ante las palabras que Cristo dirige hoy a los fariseos: Si comprendierais lo que significa «quiero misericordia y no sacrificio», no condenaríais a los inocentes.
¿Qué inocentes? ¿Acaso queda alguien libre de culpa?
Sí. Él mismo.
Frente a los fariseos, y en un campo de trigo, anuncio de su cuerpo entregado, Cristo está profetizando su propia Pasión. Este diálogo es un adelanto del proceso que sufrió en el Sanedrín. Ahí están los hijos del Satán (el «acusador») acusando al Hijo de Dios. Y ahí está Cristo ofreciendo al Padre su sacrificio de misericordia.
Es viernes. Medita la Pasión del Señor.
(TOI15V)