Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Tiempo Ordinario (ciclo impar) – Página 8 – Espiritualidad digital

Canonizaciones temerarias

Jamás cometas el error de canonizar a nadie en vida; es tan temerario como condenar a quien aún puede salvarse. Si canonizas a quien aún tiene que ir al baño todas las mañanas, lo seguirás con una adhesión inquebrantable que no deberías prestar más que a Dios, y, si tropieza, caerás con él. La Iglesia sólo canoniza a los muertos. En el cielo no hay cuartos de baño.

Mira a Simón. Sus labios fueron labios de profeta cuando el Padre puso en ellos sus palabras: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo.

Y, poco después, esos mismos labios fueron altavoz de Satanás cuando, a través de ellos, el Tentador volvió a acosar a Cristo con la misma tentación del desierto: una salvación sin Cruz. ¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte.

En esta vida mortal, la misma persona –Simón, tú, yo– es capaz de lo más sublime y de lo más bajo. Por eso no debes canonizar a nadie antes de tiempo. Y tampoco creas que, porque Dios se sirvió de ti para una obra buena, ya estás confirmado en gracia. Más bien, abrázate fuerte a Cristo y pídele que jamás te separes de Él.

(TOI18J)

Llenar el vientre o entregar la vida

Creo haber escrito hace poco sobre esa forma tan distinta que tiene Jesús para tratar a los de lejos y a los de cerca. Vuelvo sobre ello. Sobre todo, porque eres tú quien tiene que decidir cómo quieres posicionarte frente a Él: si quieres seguirlo a distancia o quieres vivir unido a Él con la pasión con que uno abraza al amor de su vida.

Se les acercó Jesús andando sobre el mar. Allí sólo estaban los Doce, los de cerca. A las multitudes acababa de llenarles el vientre multiplicando cinco panes y dos peces. Son las mismas multitudes de quienes hoy nos dice san Mateo que le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.

A los apóstoles, sin embargo, se les aparecía caminando sobre el mar, les mandaba –como a Simón– ir a Él, y los sacaba del agua cuando se hundían. Los estaba adiestrando para morir.

Ya lo ves: a los de lejos les soluciona la vida y a los de cerca les enseña a entregarla. Porque, cuando el alma se adentra en la intimidad con Cristo, ya no desea sino morir con Él.

Aunque muchos siguen prefiriendo llenar el vientre.

(TOI18M)

¿Qué comiste ayer?

que nada se desperdicie¿Tú te acuerdas de lo que comiste ayer? Yo no me acuerdo, en serio. Hasta me cuesta recordar lo que he desayunado hoy. Son ya demasiados días comiendo, no puedo llevar registro. Sólo recuerdo las comidas especiales, las que se salen de la norma habitual.

Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.

De haber usado esos panes y esos peces como tenían previsto, hubiera sido una comida más, una de ésas que no recuerdas al día siguiente. Pero…

Les dijo: «Traédmelos».

En lugar de zamparse los cinco bocadillos de sardinas, le dieron toda su comida a Jesús. Y Jesús obró con esa ofrenda tal milagro que aquel banquete quedó grabado a fuego en sus almas de por vida.

Porque lo más ordinario, cuando se entrega al Señor, queda convertido en algo extraordinario y maravilloso. No sólo se trata de la comida. ¿Qué tienes pensado hacer con tu vida? Puedes vivirla según tus planes, y ojalá la disfrutes, pero será una vida más. Entrégasela al Señor, haz su voluntad, y no tienes ni idea de las maravillas que Dios obrará con esa vida tuya ni del bien que muchos recibirán a través de ti.

Vale la pena.

(TOI18L)

¡Qué poca imaginación!

¡Qué distinta hubiera podido ser la historia! Imaginad que Herodes, al escuchar la predicación de Juan, hubiera recapacitado sobre su unión ilegítima con Herodías. Imaginad que hubiese hablado con ella y que hubiese recapacitado también. Imaginad que ambos, junto con Salomé, se hubieran dejado bautizar por Juan y hubieran emprendido una vida nueva como discípulos de Cristo, a quien Juan anunciaba. Bueno, no imaginéis más, que os va a explotar el cerebro. Además, no hace falta. De haber sucedido eso, los tres se habrían salvado, quizá fueran santos. Porque a esa santidad, y a la vida eterna, lleva el camino de Cristo.

Si la imaginación obrara el milagro… pero no lo obra. El milagro lo obra Dios con el permiso del hombre. Y Herodes no se lo dio. Prefirió tomar el camino del pecado, que es como una pendiente inclinada hacia abajo que acaba en el abismo. Mientras desciendes, te gusta el vértigo. Hasta que te estrellas, y lo pierdes todo. De la lujuria pasó a la ebriedad. Y de allí al homicidio. Años más tarde, tuvo delante a Jesús y, en lugar de arrepentirse, lo ultrajó. Como cuando el moribundo expulsa al sacerdote de la habitación.

¡Qué poca imaginación!

(TOI17S)

El martirio conyugal

En ocasiones, los sacerdotes tenemos que sufrir a maridos celosos. No me interpretéis mal, que también encontramos mujeres celosas. No están celosos de nosotros, sino de Dios. Pero ¿con quién van a emprenderla? Con el cura, naturalmente.

«Antes de que mi esposa se convirtiera, yo era dios para ella. Ahora tiene otro dios». Me lo dijo un marido celoso, casi me sacude. Quiso el Señor que, al poco tiempo, también él se convirtiera.

Pero no siempre es así. En ocasiones, hay personas casadas que, al convertirse, tienen que sufrir la ira de sus cónyuges mucho más de lo que la sufre el sacerdote. Es un martirio conyugal que, si se sobrelleva con paciencia, puede redimir al cónyuge airado. El marido de quien hablé en el párrafo anterior costó muchas noches de vigilia y oración a su esposa.

Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta. Es una paradoja terrible. Quien abre sus brazos para acoger y salvar a los hombres sirve a muchos, sin embargo, de piedra de escándalo. Os sucederá también a vosotros, casados y no casados. Unos serán salvados por vuestro ejemplo; otros, por vuestra paciencia. Y todos, si Dios quiere, por vuestra oración.

(TOI17V)

La secreta esperanza de la Iglesia

Espera y esperanza son distintas. No es lo mismo esperar al autobús que esperar en el Señor. Cuando esperas al autobús no paras de mirar el reloj, porque llega tarde y te hará llegar tarde a ti. Es un sufrimiento esperar al autobús. Cuando esperas en el Señor, sin embargo, tienes paz, porque sabes que, aunque todo parezca ir mal, todo acabará bien. Te lo ha prometido el Señor y te fías de Él.

Cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.

Como en la parábola del trigo y la cizaña, el bien y el mal caminan juntos. Hasta que llega la siega, hasta que el barco alcanza la orilla, hasta que llega el juicio de Dios. Nunca antes, porque, en el camino, el trigo redime a la cizaña y los peces buenos redimen a los malos. Cristo es el pez bueno y el grano de trigo.

No pidas justicia divina en esta vida, no te precipites, que quedan almas que salvar. Es tiempo de misericordia, no de juicio. Llegará el juicio y, para entonces, ojalá no queden peces malos ni cizaña. Ojalá todos se hayan convertido.

(TOI17J)

El tesoro escondido y el joven rico

La parábola del tesoro escondido en el campo expresa a la perfección lo que el joven rico no quiso entender:

El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

 ¿Acaso no se refería a eso Jesús cuando dijo al joven: Anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme (Mc 10, 21)?

Claro que se refería a eso. Para nosotros, el campo es el alma, porque en el alma en gracia mora Cristo. La alegría del que encuentra el tesoro es la alegría que Cristo esparce en el alma como un perfume de cielo, y que nadie nos puede arrebatar. Y vendemos cuanto tenemos para comprar el campo, no cuando plantamos un mercadillo en la puerta de casa y sacamos dinero para los pobres vendiendo hasta los calcetines, sino cuando, simplemente, nos dejamos comer por los demás.

Mientras el prójimo nos quita la vida, sonreímos porque hemos ganado el alma, y en ella está bien guardado nuestro único tesoro: Cristo.

(TOI17X)

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