Libros de José-Fernando Rey Ballesteros

Otras conmemoraciones – Espiritualidad digital

Mimos

ángelesVoy a imaginar que todo fuese al revés. Se me acerca Dios y me dice: «Quiero que dediques tu vida a cuidar de este ángel». Y yo pensaría: «A ese ángel lo quiere más que a mí».

Espero que mi ángel no me esté leyendo. Yo no sé si Dios me quiere más que a él, pero sé que su presencia a mi lado es una muestra conmovedora del Amor con que Dios me ama. Él mismo, mi ángel, también me quiere mucho, me lo ha demostrado en infinidad de ocasiones. Otras veces bromea conmigo y casi me enfado, pero luego me doy cuenta de que sus bromas me hacen bien, y de lo mucho que se ríe conmigo. No puedo enfadarme con él.

En definitiva, mi ángel es todo un mimo de Dios. Me siento muy querido, muy mimado y protegido. ¿De qué me quejo?

Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial. De eso me quejo. De que aún no ha respondido a mi gran pregunta: ¿Cómo es el rostro de Dios? Quizá ni él mismo sepa expresar tanta belleza.

(0210)

Incanonizables

La fiesta de los tres arcángeles tiene mucho de especial. A diferencia de otras conmemoraciones, hoy no celebramos a santos canonizados tras una vida de virtudes heroicas. Los arcángeles tampoco son gasecillos que ocupan lo mismo que un cuerpo, ni cuerpos semitransparentes con alas que husmean por el aire.

Miguel, Gabriel y Rafael son espíritus puros y limpios que no ocupan espacio, no están aquí ni allí salvo por sus operaciones, y prueban que Dios quiere salvar al hombre.

Miguel es la muestra arcangélica de que Dios quiere librarnos del poder del Malo. Por eso lo invocamos para que aleje a los demonios y derrote el poder del Enemigo.

Gabriel nos muestra que Dios, como a la Virgen, también a nosotros nos quiere hacer llegar su palabra. Por eso recurrimos a su ayuda para conocer y comprender el plan del Señor.

Rafael, que guio al joven Tobías en su camino, nos muestra que Dios quiere que lleguemos a Él por los caminos del bien. Por eso lo invocamos, no sólo antes de emprender un viaje, sino también en esas encrucijadas de la vida en las que nos sentimos desorientados.

No son santos canonizados. Son quienes los ayudaron a ser santos.

(2909)

Morada de silencio

Celebramos hoy la dedicación de la basílica de Letrán, y es inevitable llevar los ojos a lo profundo del alma, al templo más sagrado que tiene Dios en la tierra. Porque, del mismo modo que la presencia de Cristo en el sagrario consagra el templo de piedra, así la presencia del Espíritu Santo consagra el alma en gracia y la convierte en tabernáculo, en reino de Dios, en cielo.

Pero esa callada presencia del Paráclito en el alma, mientras vivimos en esta carne mortal, nunca es pacífica.

Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Cualquier párroco me entenderá. Ahora estoy en una parroquia nueva, y aún no me atrevo a levantar la voz; todo llegará. Pero, en la parroquia en la que he vivido veintidós años, pasaba buena parte del tiempo mandando callar a quienes se saludaban y hablaban en voz alta en el lugar sagrado (era muy divertido, echo de menos esas cariñosas reprimendas). También en mi alma, muy especialmente, tengo que empuñar el látigo todos los días y aplicar una santa violencia a los ruidos que me apartan de la presencia de Dios. En este mundo no hay paz sin guerra.

(0911)

No se turbe vuestro corazón

Escucho a muchos que me dicen: «Padre, no tengo miedo a la muerte. Sé que me espera Dios». Les creo, y secretamente los envidio, porque a mí la muerte me produce pánico. Es que la muerte es fea, muy fea. Se nota que es nieta del Demonio; por él vino el pecado, y el pecado engendró la muerte. Por eso Jesús, quien sudó sangre y experimentó angustia antes de morir, dijo a los suyos: No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí.

Creed… creed… La fe es la única fuerza capaz de reconciliarnos con la muerte. Porque la muerte, como ayer os decía del cielo, no está sólo al final de camino, sino que nos acompaña a cada paso. Disgustos, enfermedades, cansancios, humillaciones… sufrir no es sino morir a plazos. Entonces la fe nos muestra la Cruz, y, clavado en ella, el Amor. Ya no tienes que abrazarte a la muerte, sino al Crucificado, a Cristo. No se turbe vuestro corazón. Sé que, al final de mi vida, crucificado con Cristo, seré llamado por mi Padre, será su mano la que se pose en mi hombro y me diga: «Ven, hijo mío, ven y descansa».

(0211)

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad